Reseña: Robot Carnival



A pesar de que el presente título de esta entrada afirme ser una reseña de Robot Carnival (1987) mi intención no es ocuparme del conjunto entero formado por nueve cortometrajes —si contamos el opening y el ending de esta obra—. La razón es que simplemente estoy interesado en dos piezas: Franken Gears y Nightmare. Con ello no pretendo decir que los demás cortometrajes sean prescindibles. Todo lo contrario, ninguno resulta una pérdida de tiempo gracias al inmenso trabajo detrás de cada uno de ellos. Algunos pueden ser más simples como Deprive y Star Light Angel mientras que otros como Cloud y Presence traen una reflexión más allá del espectáculo. Pero como no deseo dejaros huérfanos aquí os traigo una reseña del grupo al completo. Sin más que decir podemos empezar con las correspondientes valoraciones.

Franken Gears 

Este primer espacio corresponde al cortometraje realizado por el más que particular animador y director Koji Morimoto. Antes de dar el paso a la dirección, el cofundador de Studio 4ºC había ejercido como animador en diferentes películas. Véase Ashita no Joe 2 (1981), Macross: Do you remember love? (1984) o Bobby's Girl (1985). En particular, Morimoto es responsable de la secuencia final de este último filme, destacando muy por encima del trabajo de sus compañeros gracias a su habilidad. 

Para esta ocasión, el reciente director se inspiró en la historia de Frankenstein para reproducir el instante en el que se produce el nacimiento de un autómata. En poco más de nueve minutos asistimos al aparatoso y costoso alumbramiento de la creación de su padre: un ambicioso científico. Puede que sea anciano, pero entusiasmo no le falta porque pone todos sus esfuerzos en lograr este cometido. ¿El motivo? Dominar el mundo gracias a su invención. Un hecho evidenciado en la segunda escena, con las manos del hombre rodeando el globo terrestre y más adelante cuando el inventor juega con él antes de acceder a la planta baja. De hecho, se lo lleva con él como si deseara celebrarlo una vez logre su primer objetivo.

Por encima de su motivación, lo que verdaderamente importa es la descripción del proceso a partir del cual la máquina cobra vida y consigue levantarse. A pesar de que el cortometraje es una maravilla de principio a fin es en este momento en que el espectáculo animado alcanza su máxima expresión. El virtuosismo del que hace gala Morimoto resulta difícil de explicar, aunque haré un esfuerzo. Como punto de partida, antes de comenzar este proceso, el autor nos muestra el robot desde arriba mediante un travelling. El diseño del autómata es similar a los robots de tiempos pasados, con esa apariencia mecánica, vetusta y pesada. Tal como se revela en el mural del inicio, su modelo fue el robot de la antigua civilización de El Castillo en el Cielo (1986). Personalmente, lo que más me llama la atención es el laboratorio porque está repleto de máquinas, engranajes, cables, palancas, entre otros. Un complejo que sin ser sofisticado resulta impresionante por la riqueza de la ilustración.


No obstante, el plato fuerte comienza ahora con el viejo accionando los diferentes mecanismos del laboratorio y la energía eléctrica de la tormenta transmitiéndose al autómata. Los fascinantes efectos visuales de las chispas controladas desgraciadamente no duran mucho para desilusión del presente. Por alguna razón, la energía está disminuyendo y los aparatos empiezan a fallar. Aquí el anciano intenta remediar la situación —acompañando sus intentos de unos efectos de sonido innecesariamente cómicos—, pero el proyecto parece estar destinado al fracaso. Afortunadamente, un fenómeno insólito ocurre y todo vuelve a ponerse en marcha.

Dije que ya habíamos llegado al plato fuerte, pero es ahora cuando alcanzamos el cenit de este acontecimiento. Las fuerzas sobrenaturales ocupan el lugar de la ciencia para hacer posible el alumbramiento de esta forma de vida artificial. Por un lado, la sala del sujeto y los artefactos contenidos en ella empiezan a desmoronarse poco a poco. Máquinas y recipientes estallan haciendo que multitud de piezas salgan volando, pero en vez de caer al suelo todo el conjunto levita hacia arriba. Mientras tanto el robot hace un esfuerzo gigantesco por levantarse. Muy lentamente el robot levanta la espalda para luego hacer lo mismo con el resto de su cuerpo hasta que él es capaz de sostenerse en el suelo con firmeza. Aquí también hay que destacar el lenguaje corporal del hombre, en particular sus manos, con las que parece incitar a su creación para levantarse; y su expresión facial, que solo puede clasificarse de júbilo y éxtasis.

La secuencia que describe la destrucción del laboratorio y el nacimiento del robot solo podemos calificarla de magistral. Morimoto fue capaz de expresar la magnitud del evento gracias a esa naturaleza casi providencial y progresión escalonada. En innumerables ocasiones, hemos sido testigos del nacimiento de androides en ficción pero me pregunto si alguna vez la animación ha logrado llegar a tal grado de magnificencia. Para terminar, hay que mencionar el destino del científico porque en estas historias el creador acaba siendo asesinado a manos de su creación. Aquí el destino es el mismo, pero no tanto por maldad sino por una enseñanza malinterpretada. De hecho, se nos da a entender que el monstruo no dominará el planeta sino que lo destruirá, simbolizando esta acción a través del globo terráqueo partido a la mitad.

Calificación: 8

Nightmare

Para finalizar este segundo cortometraje está atribuido a Takashi Nakamura, quien se ocupa de las labores de dirección, guión y diseño de personajes. Anteriormente, Nakamura se había desempeñado solo como director de animación y animador clave en obras como Harmagedon (1983) y Nausicaä del Valle del Viento (1984). Tras el éxito de Robot Carnival, se volvió director de series y filmes como A Tree of Palme (2001), Fantastic Children (2004) o Shashinkan (2013). Dicho esto, ¿qué expuso aquí?

Como sabréis, el nexo entre todos los cortos que forman este conjunto son los robots. Cada autor aporta su punto de vista a la cuestión robótica mostrándonos diferentes aspectos e ideas acerca de estas máquinas. En el caso que nos ocupa, Nakamura presenta una visión caótica, oscura y sobrenatural que se acerca un poco a la del opening y el ending de Katsuhiro Otomo, aunque los robots de Nightmare carecen del absurdo que exhibe el destructivo circo ambulante. El autor nos traslada a una gran ciudad que en un inicio parece no tener nada especial, pero una vez la luz del sol la abandona —cuando nadie observa— experimenta una profunda transformación. 

Una vez el péndulo del reloj llega al momento indicado, la urbe pasa a ser gobernada por un gigantesco robot cuyos poderes divinos hacen emerger, de la superficie, cables y tuberías que, desde la distancia, simulan ser árboles espinosos similares a los creados por Maléfica en La bella durmiente (1959). Sin embargo, las fechorías no terminan ahí porque la deidad robótica le cede el papel creador a un mensajero del caos que con sus rayos vitales, dirigidos a distintos objetos urbanos, da lugar a un ejército de robots en el que la nota fundamental es la diversidad y el horror: pequeños robots humanoides, monstruos zancudos, engendros de colmillos afilados, entre otros que  también fabricarán a partir de la fusión de los existentes. Los sucesos que están ocurriendo, sin duda, merecen el calificativo de "pesadilla".


Esta actividad mágica-industrial, sin embargo, no sería tan horripilante y asombrosa sino fuera por sus virtudes visuales y sonoras. Si de por sí el nivel manifestado por esta antología es sobresaliente, Nightmare resulta más impresionante porque desde el principio hasta el final es una festín de vistosas imágenes en las que destacan el nacimiento de los robots desde las entrañas urbanas y el desenfrenado movimiento del vehículo que monta el mensajero. Aunque también hay que resaltar sombras alargadas, callejones lúgubres, luces nocturnas, humos industriales, etc. Por el lado musical, la composición de Joe Hisashi se caracteriza por ser tenebrosa, estresante y ruidosa. Algunos señalan que guarda cierta semejanza con Night on Bald Mountain de Mussorgsky. El alto volumen de la misma, por cierto, obliga a tenerla muy presente. Tanto que termina por resultar inseparable de la experiencia.

Sin embargo, ¿qué sentido tiene toda la invasión de máquinas si no hay nadie para horrorizarse? Pues, aunque al principio parecía que el lugar estaba desierto resulta que un borracho tuvo la mala suerte de estar en el lugar menos indicado. Si bien pretendía largarse sin molestar al mensajero del mal a este no le pasa inadvertido, por lo que comienza una persecución que acabará trastocando el júbilo mecánico. A partir de este momento,  pasa de horror a comedia de horror. La persecución, sin dejar de ser agobiante, posee matices cómicos que van desde las expresiones del borracho hasta la furia del perseguidor por no cazar a su presa. Sin embargo, esto no resta para nada a la experiencia sino que constituye un divertimento observar cómo el hombre se zafa de los obstáculos sin morir en el intento. Con todo, debemos admitir que el favor del guionista está de su lado.

Finalmente, la huida llega a su fin cuando el alba, con su luz cegadora, amenaza con poner fin al reinado de las máquinas. Es bien sabido que cualquier pesadilla termina cuando llega el día y despertamos. De hecho, pensadlo: ¿cómo es posible que, de repente, surgiera toda esta masa mecánica? Sin lugar a dudas, lo presenciado debe ser fruto de la borrachera de nuestro protagonista. No obstante, cuando el hombre despierta se da cuenta que la ciudad está arrasada y él está colgando de una viga a varias decenas de metros del suelo. ¿Ocurrió entonces lo que presenciamos durante estos diez minutos? Parece que sí, pero quien sabe.

Calificación: 8
 

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