Reseña: Chirin no Suzu


  • Año: 1978
  • Duración: 45 minutos
  • Estudio: Sanrio
  • Género: Drama, Fantasía

Sinopsis

En cierto lugar, un corderito llamado Chirin vive tranquilamente en compañía de su madre y el resto del rebaño. A menudo, es regañado por su madre por su comportamiento descuidado. Por nada del mundo quisiera que le pasara algo malo. Sin embargo, las desgracias se ciernen sobre nosotros cuando menos lo esperamos. Un día, un lobo ataca de noche el hogar de estas ovejas, cobrándose la vida de la madre de Chirin. En un ataque de rabia, el corderito toma la decisión de vengarse del lobo, pero para ello deberá sufrir mucho y conocer la realidad del mundo.

Trama y Desarrollo

Al echar un vistazo a la carátula, probablemente pienses que el filme es como uno de esos largometrajes de Disney de contenido más bien inofensivo. ¡Cómo no pensarlo, cuando sale un corderito tan tierno en la portada! Craso error, estás equivocado. A pesar de ello, no puedo culpar al lector porque la sombra del lobo en el agua no anticipa el giro de 360º que se desatará posteriormente. El material original es un libro de cuentos del mismo nombre escrito por Takashi Yanase, el famoso creador de Anpanman (1973). La obra fue adaptada por Sanrio, una empresa de entretenimiento actualmente conocida por el diseño y elaboración de productos definidos por su encanto kawaii como Hello Kitty. No obstante, desde mediados de la década de 1970, la empresa abrió un estudio de animación para producir largometrajes que pudieran no solo competir en el mercado nipón sino ser exportados al extranjero. Uno de sus colaboradores habituales fue Masami Hata, que ejerció comúnmente de director en filmes como Sirius no Densetsu (1981) y Yousei Florence (1985). Veamos qué nos ofreció el antiguo miembro de Mushi Production.

Chirin no Suzu (1978) es un mediometraje de 45 minutos que cuenta la historia de un cordero que busca venganza contra un lobo por el asesinato de su madre. Muerte, venganza, pérdida de la identidad y otros temas delicados no fueron habituales en el cine de animación infantil de la esfera occidental durante el siglo XX. Algunos títulos de la era dorada de Disney como Pinocho (1940) o Dumbo (1941) no siempre son amables con sus personajes, pero equilibran el drama y la comedia para evitar que lo lúgubre se adueñe de la narración. Una circunstancia semejante se encuentra en largometrajes de Toei Animation como Taiyou no Ouji: Horus no Daibouken (1968), donde el personaje de Hilda debe lidiar con el peso de su legado familiar; o Wanpaku Ouji no Orochi Taiji (1963), en la que Susanoo empieza un viaje para recuperar a su madre al negarse a aceptar su muerte. Sin embargo, ninguno es capaz de transmitir la misma sacudida emocional en su punto de ruptura o dirigirse con tanta decisión hacia un final trágico. Es decir, Chirin no Suzu es una singularidad de su tiempo.


La singularidad, no obstante, resulta conflictiva en términos de público objetivo porque... ¿A quién está apuntando? ¿Al público familiar e infantil? ¿O a un público adulto o adolescente? Sanrio parece querer decantarse por la primera opción si atendemos a muchos de los recursos propios del cine de animación infantil. En primer lugar, el relato está poblado por los clásicos animales parlantes cuyos diseños de personaje (con excepción de Wolf y la versión adulta de Chirin) son monos o agradables y, a menudo, hacen suficientes monerías como para ganarse una sonrisa del público. En segunda instancia, la cinta acude al componente musical a partir de canciones interpretadas por un grupo de voces masculinas. Un recurso que, en teoría, no es exclusivo del cine infantil, pero en su época la mayoría de películas occidentales adornaban el metraje con números musicales y canciones. Por el contrario, Sanrio adapta un cuento cuyo tono resulta demasiado sombrío y lo remata con una conclusión fulminante. Todo ello sin que medie edulcoración alguna más allá del retrato cómico de la torpeza e ingenuidad de Chirin. Muchos padres y sus hijos se verían presos de las pesadillas nocturnas ante tal propuesta.

La contradicción es evidente, pero lo más apropiado es ir explorando, poco a poco, esta cinta. Como punto de partida, los primeros doce minutos de metraje son de una naturaleza apacible y alegre donde somos testigos de la vida ovejuna en los pastos. Aquí se centran en los juegos del despistado y travieso Chirin, quien se encuentra bajo la mirada de una preocupada madre que le aconseja no internarse más allá de los límites. Este momento de paz, adornado con un par de canciones llenas de una vibra soñadora y positiva, es interrumpido por el asesinato de la progenitora. A pesar de la falta de explicitud, la muerte es violenta (el ataque se representa como un relámpago rojo que recorre una imagen en negro) y desgarradora porque Chirin, tras un momento de confusión, estalla en lágrimas frente al cuerpo inerte de su madre. El cambio de tono es brusco, pero no incurre en el morbo. De hecho, la transformación se anticipa desde la canción de apertura: su letra melancólica se pregunta sobre el paradero de Chirin, así como nos habla de soledad y dolor.

Una vez situados en el nudo de la historia, Chirin se encuentra con el lobo. A diferencia de la terrible imagen que nos transmiten los cuentos occidentales, aquí el lobo no es alguien malo. Su aspecto es fiero y temible, pero no posee maldad de forma innata. Algo que demuestra al no engullir a Chirin cuando se presenta ante él: simplemente lo ignora y trata de aconsejarle. El experimentado animal solo come cuando es necesario y no por glotonería. Además, él vive muy consciente de una norma fundamental: la ley de la naturaleza. El mundo es cruel, por lo que los más fuertes son los que sobreviven. Los débiles, en cambio, no tienen otra opción que ser devorados. En este sentido, el modo de vida del lobo (salvaje) y las ovejas (domésticas) es totalmente opuesto. El lobo vive aislado de los demás en un lugar inhóspito, mientras que las ovejas pasan su vida juntas dentro de un campo cercado, con sus necesidades alimenticias y de seguridad garantizadas. El lobo debe cazar a sus presas y enfrentar otros competidores sin tener la certeza de que sobrevivirá, mientras que las ovejas solo deben buscar un buen pasto donde comer sin tener que enfrentarse con otras.

A partir de aquí la convivencia con el lobo se desarrolla en dos etapas. La primera consiste en el rechazo del lobo, quien no toma en serio al pequeño. A pesar de las caídas y los golpes, el cordero le sigue a todas partes (prados, ríos, montañas, etc.) mientras contempla las cacerías y los enfrentamientos. La dureza del camino que ha tomado, sin embargo, no se revela ante él hasta que intenta proteger fallidamente un pájaro y sus huevos. Al igual que con su madre, la muerte de la familia fue inevitable. Este fracaso deja en claro que el motor de las acciones de Chirin es la frustración de tener que conformarse con ser un animal débil incapaz de defender a aquellos que le importan y, sobre todo, a él mismo. Él rechaza cumplir con el destino que le ha impuesto la naturaleza. Un orden natural que expone el lobo al inicio: “Compórtate como corresponde a un carnero. Vuelve a tu prado. Pasta y crece. Y cuando seas más grande y estés gordo, iré y te devoraré”. Así de simple.


La fuerte determinación de Chirin de oponerse a un orden que considera injusto lleva al lobo a aceptarlo como discípulo. Esta segunda etapa consiste en el entrenamiento de Chirin, quien progresivamente se hace más fuerte (ganando unos pequeños cuernos) al batirse en duelo con el lobo, y otros tantos animales, día tras día. El duro adiestramiento genera su transformación en un carnero, provisto de cuernos afilados y pezuñas firmes, cuyas embestidas son un golpe mortal. Esta metamorfosis, no obstante, también fue psicológica porque el carnero asumió los valores y las enseñanzas que derivan del estilo de vida de su maestro, respetándolo como una figura paterna a la que admira por hacer de él un animal fuerte capaz de vivir en libertad y sin miedo. Es decir, el carnero ha adoptado una nueva identidad: Chirin como lobo.

Sin embargo, el lobo tiene un último trabajo para Chirin: cazar a sus antiguos compañeros. Él cree que, al ya no pertenecer a su mundo, no planteará ninguna dificultad. Sin embargo, tras ver a un corderito gritando por su madre y ésta protegiéndolo, Chirin se ve reflejado en él y el recuerdo de su trágica experiencia despierta su antiguo yo. Por supuesto, el lobo intenta ir en su lugar, pero Chirin mata con una violenta cornada a su progenitor. Su intento por recuperar su identidad pasada, no obstante, fracasa. Las ovejas no le miran como uno de los suyos sino como un extraño al que temen. Su conflicto de identidad queda reflejado al mirarse en el agua y lamentar haberle fallado a su padre, emitiendo estas palabras: “Perdóname. No fui capaz de convertirme en lobo”. Chirin, por tanto, está condenado a vivir el resto de su vida en soledad, sin una identidad definida. La advertencia parece ser que cambiar el orden predispuesto trae consigo graves consecuencias personales, sin ninguna posibilidad de dar marcha atrás.

En términos audiovisuales, la película supera la calidad de los filmes estrenados por Toei a lo largo de la segunda mitad de la década de 1970. El estilo de dirección de Hata se distancia del estándar televisivo, empleando tomas largas y planos con encuadres generales o enteros. Aquí la animación de personajes animales ocupa la mayor parte del trabajo animado, destacando el movimiento torpe y lindo de Chirin cuando es un corderito. Por desgracia, los montajes de la convivencia entre Chirin y su mentor tienden a ser poco imaginativos cuando trata de mostrar a los personajes corriendo con el fin de atacar o embestir algo. Una circunstancia que, por lo menos, se compensa por la magistral secuencia de transformación física. El dinamismo de los efectos de humo y de fuego es asombroso, provocando que Chirin al interactuar con ellos en su carrera pase rápidamente de cordero a carnero.

En conclusión, Chirin no Suzu es una fábula oscura que advierte al público de la dureza de la vida salvaje y, sobre todo, las implicaciones de ir en contra del orden natural. El relato no está muy recomendado para los más pequeños, que probablemente no capten el cruel mensaje que transmite ni encuentren divertido parte del recorrido. Por el contrario, aquellos adultos que no hagan asco a los cuentos de hadas apreciarán la sacudida emocional originada en el asesinato de la madre y la profunda reflexión del relato. La animación también es un aliciente, aunque títulos posteriores de Sanrio superarían el nivel mostrado aquí. Y para aquellos que busquen más historias desgarradoras les recomiendo visitar la filmografía animada de Martin Rosen: Orejas largas (1978) y Los perros de la plaga (1982).


Calificación: 7

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6 Comentarios

  1. No lo conocía, pero pinta muy bien.
    ¡Un abrazo!

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    1. Buenas, la verdad es una obra muy desconocida debido a la edad que tiene y tampoco parece tener un estilo muy anime (por decirlo de alguna manera). Espero que te guste.

      Saludos

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  2. Me interesa la película sobretodo por lo poco conocida que es, espero poder darle una revisión. Buena entrega Batracio

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  3. Me encantó tú reseña!! Deberías darle un vistazo a “Unico” del grandioso Osamu Tezuka, curiosamente es del mismo año pero menos turbia.

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    1. Buenas tardes, gracias por tu cumplido. De hecho, ya he visto la primera película de Unico. Sin embargo, no me gustó demasiado. Tiene momentos destacables, pero la veo muy infantil y un sentido más negativo. No es que sea solo amante de las fábulas oscuras, pero Unico me parece infantil y básica en su argumento y tono.

      Saludos

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