Análisis: El Samurái sin nombre (Sword of the Stranger)


Sinopsis

En el Japón del período Sengoku (1467-1568), un niño es perseguido por un grupo de guerreros asociado a la dinastía Ming por razones desconocidas. Por fortuna, Kotarou y su perro son salvados por un rōnin llamado Nanashi ("sin nombre"), un hombre que ha abandonado la espada por su doloroso pasado. Este acto fortuito, sin embargo, no impide que la organización dirigida por el anciano Byakuran persista en su empeño. El chico es indispensable para obtener el elixir de la inmortalidad que deben entregar al emperador en su vuelta a China. Entre medias, un señor feudal y su vasallo, Shougen Itadori, investigan acerca del plan secreto de los Ming y la posibilidad de apoderarse de los frutos de su trabajo. Esta compleja situación obliga a Kotarō a contratar a Nanashi como guardaespaldas, pero la relación entre ambos no será fácil ante la desconfianza del primero y las reticencias del segundo. De la misma forma, la organización china cuenta con un poderoso guerrero en sus filas: Luo Lang, un extranjero casi invencible que busca un oponente digno con el que luchar. ¿Podrán superar solos todas estas dificultades?

Introducción: Cine de samuráis

Cuando se habla de grandes estudios de animación pasados o presentes nos vienen a la cabeza nombres como Gainax, Studio Ghibli, Sunrise, Production I.G y otros tantos. En este selecto grupo está, por supuesto, Bones. Fundado por miembros relevantes de Sunrise, Bones se ha destacado desde inicios de los 2000 como uno de los que más apuestan por el anime, sea por el estilo artístico y la calidad de la animación o sea por propuestas narrativas menos convencionales. Muchos de ellos son obras originales, sin material previo que adaptar. Su primer proyecto, Escaflowne (2000), fue un filme ambicioso a pesar de los graves inconvenientes relativos a su desarrollo. La obra que nos incumbe el día de hoy, El samurái sin nombre (2007), dirigida por Masahiro Ando (Canaan, 2009; Zetsuen no Tempest, 2012), carece de lo extraordinario de la propuesta anterior, pero el resultado final superó las expectativas de un servidor.

El Samurái sin nombre es un largometraje que se encuadra dentro del chanbara, un género cuya presencia en el cine japonés de imagen real es incuestionable pero que también goza de vasta representación en el anime. Ninja Scroll (1993), Rurouni Kenshin (1996) o Samurai Champloo (2004) son solo algunos de los títulos que forman parte del catálogo animado. El filme en cuestión pertenece al mismo grupo, pero no constituye una obra impactante como los anteriores. La razón principal es que está apegado a las convenciones y tópicos del género, sin pretender una reinvención de los mismos. A primera vista, la elección resultaría negativa pero la película saca partido a este conjunto de ideas y recursos comunes para construir un relato sólido que no cae en la superficialidad y las prisas habituales. Es decir, ofrece lo máximo en cada una de sus propuestas.


Consagrándonos al arte de la acción

Si echamos un vistazo a dónde nos situamos, estamos en el período Sengoku, un tiempo de conflictos bélicos y luchas por el poder. La elección, sin embargo, no es lo increíble: la clave está en el retrato del período. Se trata de una descripción más fiel de la época, dándole una pátina de realidad a los hechos e individuos presentes en el relato. Esta circunstancia extraña en un medio donde la fidelidad histórica no es una prioridad, introduciendo elementos mágicos y tecnológicos que resultan anacrónicos y contrastantes con el pasado histórico en el que se ubica la narración. Un ejemplo temprano de El Samurái sin nombre es el uso de idiomas diferentes, japonés y chino, para la comunicación oral de los habitantes nipones y los servidores del emperador respectivamente. Sin embargo, esta veracidad tiene mayor aplicación en el campo de la acción. Así, podemos comprobarlo cuando la espada de Nanashi es mellada tras múltiples embates o el agotamiento físico de Nanashi tras una extenuante carrera hacia el fuerte donde Kotarō estaba retenido.

Una de las apuestas fuertes del largometraje se dirige a la confección de las duelos y batallas que abundan en esta época de guerras. El filme apuesta por un enfoque espectacular, planificando cuidadosamente cada enfrentamiento para que resulte impactante. Ando hace un uso extensivo de la violencia, exhibiendo sin temor combatientes cuyos miembros son cercenados o individuos cayendo tras expulsar un rápido torrente rojo. Este artificio se aproxima más a las sensibilidades de los 2000 en vez de a la visceralidad y el exceso de los 90. Una violencia desatada gracias al amplio repertorio de luchadores que usan un conjunto heterogéneo de armas: espadas, lanzas, hachas, látigos, guadañas, etc. Uno puede presenciar, por ejemplo, una pelea entre un lancero y un portador de hacha, entre otras opciones atractivas.

Desde una óptica audiovisual, la presentación de los combates es muy asombrosa. Uno de los aspectos a destacar son las coreografías, que combinan artes marciales, movimientos gimnásticos y dominio diverso sobre múltiples clases de armas. Aquí los guerreros chinos protagonizan auténticos espectáculos donde todos son capaces de realizar acciones sobrehumanas. El rápido ritmo de la acción, sin embargo, no impide disfrutar de los encuentros. El montaje no confía tanto en una sucesión acelerada de imágenes sino en tomas más largas, donde vemos a los personajes moverse en el plano. La cámara también apoya dicha observación al ampliar el encuadre o dirigir la atención a otros objetivos sin continuar al siguiente plano. La musicalización no se queda atrás, siendo precisa y golpeando con fuerza. El protagonismo de los instrumentos de percusión, presentes en las composiciones de Naoki Satou, explica la magia.


Un ejemplo breve, pero representativo es el primer duelo entre Nanashi y Luo Lang. Al igual que en los filmes de Akira Kurosawa, la pelea real está precedida de una etapa previa. El rubio lanza un arma arrojadiza y baja del caballo para comunicarle al espadachín desconocido que desea luchar. Aquí la tensión empieza a crecer paulatinamente por medio de varios elementos. Sus compañeros observan. Unos niños dejan de jugar y se fijan en la escena. Los espadachines no se miran directamente, esperando una señal que desate el primer golpe. La nube que oscurece el lugar parece el signo, pero finalmente el responsable es el pez que pica en el cebo del pescador adormilado, situado debajo del puente. Luo Lang pronto gana la ventaja ante la actitud defensiva de Nanashi, quien solo esquiva y se protege sin extraer la espada de la funda. Este encuentro, sin embargo, es interrumpido ante las noticias traídas por el halcón de los Ming. Un punto final que, por cierto, establece el pescador una vez fracasa en su intento de obtener a su presa e huir al romperse el sedal.

No traiciones tus convicciones

Temáticamente, su mayor propuesta aborda el conflicto que parte de la defensa de los principios, convicciones y metas personales frente a la obligación de obedecer las órdenes y mandatos de los superiores. Esta clase de conflicto es recurrente en la figura del samurái, dándose un debate entre el ninjō (el sentimiento humano que te dice lo que es correcto) y el giri (la obligación del samurái para con su señor). La cuestión es conducida mediante distintos individuos: Nanashi, Luo Lang, Shougen, Itadori, Bai Luan y Shouan. De este amplio grupo, por supuesto, destaca el espadachín principal. Nanashi es un rōnin honesto y capaz que en el pasado fue contra sus creencias al asesinar a los hijos del anterior gobernante por orden de su señor. Como consecuencia, Nanashi selló su espada para evitar que su filo causara otra muerte incorrecta. 

Nanashi, quien nos recuerda a otros muchos personajes (Jubei Kibagami de Ninja Scroll, Kenshin Himura, de Rurouni Kenshin, o Vash la Estampida, de Trigun), ahora tiene la oportunidad de redimirse al encontrarse con el joven perseguido por los Ming. Kotarō es una pieza básica porque la amistad que construyen a lo largo de la travesía habilita el cambio de postura del espadachín. De hecho, la progresividad y paciencia con la que se maneja la relación permiten generar un vínculo emocional fuerte, que explica porque finalmente se perdona por traicionarse a sí mismo y desenvaina la espada en beneficio de su "amo".

Los comienzos no son sencillos: Kotarō es un chaval de carácter áspero y receloso que, por su condición de fugitivo, desconfía del guerrero. Aunque no hay malas intenciones, Kotarō intenta echarlo del templo que está habitando. Sin embargo, no tiene alternativa porque su perro, Tobimarō, es envenenado en una trifulca con uno de los perseguidores. Este hecho le obliga a establecer un contrato, en el cual el espadachín se convierte en su guardaespaldas a cambio de un pequeño tesoro. Esta situación, agravada por el delicado estado del cachorro, exige que establezcan una relación más próxima, colaborando para sobrevivir. No obstante, la relación no pasa por buenos momentos cuando Kotarō le grita, ignora sus preguntas, le acusa de potencial traidor y se queja de sus peticiones. Nanashi lo hace mejor, pero sus respuestas burlonas a las acusaciones de Kotarō no ayudan.


Con todo, Nanashi logra transmitirle con sus acciones que piensa cumplir con el trato, manteniéndolo a salvo y sanando a Tobimarō. A partir de su recuperación, el joven se disculpa y empieza a pensar en él como un aliado en su empresa: comparten algunas actividades como montar a caballo, riñen de forma más amigable y hasta se revelan mutuamente sus orígenes y secretos. Este vínculo de afecto y estima, no obstante, cumple su función de redención cuando Kotarō es secuestrado, teniendo que abrir el sello de su espada para rescatar al muchacho. Así, pone su vida en riesgo sin recibir nada a cambio pero siendo fiel a los ideales que anteriormente traicionó. Un contraste respecto al monje Shouan, que ayudó a su protegido a escapar pero luego traiciona sus creencias religiosas y morales entregándolo a los Ming cuando su superior le exige hacerlo.

El conflicto de Nanashi y su lazo con Kotarō contrasta con los antagonistas, divididos entre los seguidores del señor feudal de Akaike y el grupo de los Ming. Al igual que los protagonistas, su relación inicial se basaba en el interés mutuo con los japoneses recibiendo una contraprestación económica y los chinos Ming construyendo su templo para llevar a cabo el ritual. Sin embargo, esta relación está abocada al fracaso debido a la desconfianza que existe entre ambos. Los extranjeros no han informado acerca del propósito de sus actividades, por lo que los hombres del Sr. de Akaike torturan a uno de los suyos para descubrirlo. Al saberlo, por supuesto, intentan buscar al niño para ofrecérselo a un precio "razonable". La revelación, junto al secuestro del señor feudal, dan lugar finalmente a un enfrentamiento abierto entre ambos grupos.

Otra cuestión son sus conflictos internos en relación con el deber hacia sus líderes y superiores. Por una parte, Bai Luan es un servidor del emperador que prometió entregarle el elixir de la inmortalidad. Su lealtad amenaza, sin embargo, con tambalearse en razón de la senectud que sufre. Probablemente, de ser real el elixir lo habría tomado en beneficio propio. Por otra parte, Shougen Itadori es la mano derecha del señor feudal de Akaike. A diferencia de Bai Luan, sin embargo, Itadori es un individuo ambicioso que no se conforma con la posición que ha recibido. Por esa razón, cuando su señor es secuestrado por los Ming no duda en traicionarle para hacerse con el poder del feudo. Finalmente está Luo Lang, un extranjero de pelo rubio que destaca por ser el guerrero más hábil de los Ming. Si bien mantiene cierta obediencia al emperador, su auténtica meta es luchar con alguien que esté a su altura, por lo que acaba traicionando a Bai Luan cuando intenta disparar a su presa.


De estas decisiones —o falta de ellas— se desprende también un dilema sobre si lo más correcto es vivir una existencia breve o prolongada. Los ejemplos del antiguo Nanashi, Bai Luan y Shouan parecen evidenciar que conservar la vida a costa de echar por tierra nuestros ideales y creencias solo trae arrepentimiento, tormento y hasta posiblemente la muerte que se buscaba evitar. La propia organización de los Ming, con la excepción de Luo Lang, tampoco parece haber acertado en su obsesión por obtener el elixir de la inmortalidad o emplear fármacos para inhibir el dolor frente a las heridas sufridas en el campo de batalla. Por el contrario, Luo Lang y Nanashi al final del largometraje están de acuerdo en que lo más idóneo es vivir una vida plena y no rechazar el dolor que resulta de vivir y luchar por vivir.

Conclusión
 
Para terminar, El Samurái sin nombre es un excelente título dentro del vasto catálogo del cine de samuráis. Al igual que unos pocos ejemplos en otros ámbitos, la obra de Masahiro Ando no reinventa nada pero se encarga de trabajar sobre las convenciones del género lo mejor posible. Una de sus virtudes se encuentra en la excelsa calidad de sus encuentros, confeccionados con sumo cuidado. La preparación, la violencia, la musicalización y otros muchos aspectos forman parte de un conjunto impecable. Sin embargo, la construcción en torno al tema principal del filme, el no poner la vida propia o la obediencia al superior por encima de tus ideales, sobresale casi con la misma brillantez gracias a la notoria edificación de la amistad entre Nanashi y Kotarō y el contraste de esta con los conflictos y relaciones entre los antagonistas.

Calificación: 8

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