Sinopsis
Febrero de 1987. Kyousuke Kasuga y Madoka Ayukawa se encuentran caminando juntos por el campus de la Universidad de Waseda con el fin de conocer su rendimiento en el examen de acceso a la universidad. Un comentario casual, no obstante, despierta los recuerdos del último verano de Kyosuke. En aquellos días, cuando estaba ocupado con el estudio y los simulacros para la prueba universitaria, Hikaru Hiyama, la más joven del grupo, intentó cambiar el statu quo de su relación de amistad al dar un paso adelante. Sin embargo, Kyousuke siempre tuvo una obvia inclinación romántica por Madoka, teniendo que enfrentarse a la difícil decisión de romper la amistad que existe entre ellos 3 por el bien de Madoka y sus propios sentimientos. ¿Fue Kyousuke capaz de poner fin a su habitual indecisión?
Trama y Desarrollo
Kimagure Orange Road (1987-88) terminó el 7 de marzo de 1988 en su cuadragésimo octavo episodio. A pesar de que la serie de televisión concluyó oficialmente, estaba planeado que no fuera su última aparición. Apenas siete meses después, el 8 de octubre de 1988, fue estrenado el largometraje que pretendía ser un cierre para el triángulo amoroso entre Kyousuke, Hikaru y Madoka: KOR: Ano Hi ni Kaeritai (1988). Su director, Tomomi Mochizuki, fue labrándose una gran carrera profesional durante la década de 1980 como director de episodios para series de TV y director de diferentes proyectos OVA. Su conexión con la serie es interesante, ya que fue el director y el encargado del storyboard del último episodio. Mismas funciones ejerce en el filme, estableciendo una suerte de puente entre ambas obras. Desgraciadamente, el autor de la obra original, Izumi Matsumoto, criticó duramente el filme, afirmando en su propio sitio web: “Quiero que piensen en el filme como un mundo paralelo separado del manga original”. Sin embargo, ¿están justificadas las palabras de Matsumoto? Veámoslo en esta reseña.
Kimagure Orange Road: Ano Hi ni Kaeritai es un título lo suficientemente indicativo acerca de cuál fue la intención de Mochizuki. “Me gustaría volver a ese día” hace referencia al deseo del protagonista de retomar aquel pasado tan despreocupado en el que los tres podían vivir su amistad pacíficamente. Esta añoranza cobra sentido en la secuencia de apertura, que establece mediante una narración in extremis un mes de febrero descrito visualmente en blanco y negro que se contrapone a los recuerdos en color que se van a narrar con posterioridad. Es decir, la ambigüedad de esta relación a tres bandas donde enredos, enfados y reconciliaciones tuvieron lugar constantemente llegó a su fin. El statu quo no es una respuesta razonable, por lo que el guion de Kenji Terada disminuye la participación de los personajes secundarios y suprime la presencia de los poderes psíquicos de la familia Kasuga. Los primeros planos que preceden a la aparición del título del largometraje en pantalla pueden interpretarse en esta senda, ya que vemos los nombres de Madoka, Kyousuke y Hikaru. Ninguno más. El asunto exclusivamente va a girar en torno a ellos tres, subrayando de igual modo el dilema de Kyousuke: su nombre se encuentra entre los dos restantes, como si fuera inevitable elegir entre una u otra.
Esta circunstancia en la que Kyousuke vacila entre ambas chicas a pesar de su inclinación por Madoka se encuentra excelentemente plasmada en la primera secuencia del flashback. Aquí me gustaría hacer un homenaje al fallecido David Flórez, blogger español que escribía en su espacio personal hasta hace apenas tres años, al citar su ensayo del filme y específicamente la explicación que ofrece de este fragmento:
“Por ponerles en antecedentes, el personaje principal, Kyosuke, titubea entre el amor de dos compañeras, Madoka y Hikaru. Aunque la serie había dejado claro que él se decanta por Madoka, aunque sea de manera inconsciente, la energía entrometedora de Hikaru le impide tomar la decisión que quisiera. Este conflicto, la posición de los personajes en el triángulo y la decisión final se narran de manera clara y visual en esa escena. Al principio, Hikaru parece en control de la situación, dictando con su entusiasmo las acciones de Kyosuke. Sin embargo, justo cuando se levanta para hablar con el dueño del local, Madoka aparece al otro lado del ventanal. Desde ese instante, sin mover la cámara, ni subrayar el momento, ella se adueña de la escena. Su aparición coincide con la desaparición de Hikaru, que se torna completa un instante después, al ocupar Madoka la misma posición que ocupaba Hikaru en el plano. Hikaru quedará relegada a un lateral y, a pesar de sus intentos por recuperar la iniciativa, un leve movimiento de cámara la sacará definitivamente del encuadre. Cuando volvamos a verla, estará sola en el plano, aislada y desconectada de la conversación entre Madoka y Kyosuke, sin quedarle otra solución que marcharse y cerrar la puerta, literalmente sobre cualquier relación que pudiera mantener con este último”.
El fragmento en cuestión también es representativo del estilo de dirección que usa Mochizuki a lo largo del metraje. Aunque no alcanza la osadía de Maison Ikkoku: Kanketsu-hen (1988), su prioridad continúa siendo la creación de secuencias ininterrumpidas, con transiciones muy fluidas y sin intromisiones de un corte a otro, que mantengan al público pegado a la pantalla gracias a esa sensación de continuidad. Esta inclinación da lugar a que los personajes tengan que compartir únicamente el espacio en el plano, con la cámara tomando distancia suficiente para convertirse con frecuencia en un plano general. En múltiples ocasiones, entre la cámara y los individuos se interpone algún objeto como un ventana o verja. Mochizuki emplea tomas largas en las que los personajes simplemente están de pie o sentados mientras se encuentran ensimismados en sus pensamientos o conversan el uno con el otro. En un segundo plano, sin llamar la atención, pueden verse algunos elementos secundarios como un automóvil pasando fugazmente o un profesor moviéndose de vez en cuando por la tarima. Muchas instancias, sin embargo, no constituyen una única toma. Los cortes no abundan, pero entre planos se erige la continuidad necesaria al conectarlos a través de diferentes medios como un objeto físico que sustituye a otro similar o un elemento cuyo movimiento no acaba en el primer plano sino que continúa en el segundo. Como remate, se prescinde en gran medida del sonido extradiegético, dando prioridad al silencio, los sonidos ambientales y la música ocasionada por reproductores musicales.
Sin lugar a dudas, el estilo de dirección se amolda perfectamente a un título que parece tomar de inspiración a Urusei Yatsura 2: Beautiful Dreamer (1984), filme del cual Mochizuki es fan declarado, en lo que respecta al aparente divorcio con el tono narrativo de la serie de TV. Una ruptura que supuso dejar la ligereza y la comicidad que ofrecían las situaciones disparatadas y las resoluciones amables en favor de una óptica dramática donde la relación está destinada a terminar de forma dolorosa, manifestando que las decisiones en cuestiones sentimentales son difíciles de tomar.
Como punto de partida, el largometraje decide romper pronto con la armonía que existe entre el trío de amigos. Las circunstancias actuales establecen que se encuentran en un momento de cambio: mientras Kyousuke y Madoka se encuentran estudiando para sus éxamenes de acceso universitario Hikaru empieza una carrera en el teatro al tratar de conseguir un papel en la obra Down Town Cats. Como es costumbre, Hikaru toma la iniciativa aprovechando la pasividad de Kyousuke. La diferencia sustancial es que, en esta ocasión, su acercamiento es más directo cuando trata de animarlo, empezando por dejar caer indirectas no muy sutiles (“Somos como una pareja”) y acabando con un beso inesperado. Aunque lejos de un noviazgo formalmente establecido, la actitud de Hikaru cada vez es más cariñosa y sus encuentros a solas acontecen con mayor frecuencia. Sus propios amigos, salidos como siempre y enterados de la noticia, le interrogan hasta que sale a relucir la cuestión de si le gustaría “hacerlo” con Hikaru. Una idea que por un momento invade su mente cuando la brisa mueve el fuurin (campanilla de viento), un regalo de Hikaru empleado a lo largo del filme como un elemento que evoca su presencia y recuerdo en la habitación.
Esta situación, sin embargo, resulta incómoda para el primogénito de la familia Kasuga. Tal y como lo demuestra el segundo beso a Hikaru, con el protagonista agarrándose a la verja como si lo hiciera presionado. La causa de su malestar obviamente tiene nombre: Madoka. A pesar de que no estuvo presente, la actitud de Hikaru y los rumores hacen que se de cuenta de que ha pasado algo entre ellos que él no le ha contado. Este hecho da lugar a una ruptura, pero en lugar de terminar a los pocos días se va extendiendo en el tiempo y perjudica gravemente el ánimo de Madoka que se encierra en sí misma y deja de ir a la academia. Este malestar queda expresado perfectamente en la secuencia que concluye el primer episodio. Aquí es incapaz de evadirse del problema a pesar de que intenta poner música, estudiar o dormir. Incluso llega a llamar por teléfono, pero termina por arrepentirse en el último segundo y rompe a llorar en su habitación.
Este momento de debilidad es interesante, pero la secuencia del episodio 2 en el que Madoka telefonea resulta más singular en el sentido de que la joven, al ser tan reservada, rara vez opta por expresar, sin filtros, sus verdaderos sentimientos frente a Kyousuke. Este fragmento es el ejemplo más notorio de la dirección de Mochizuki al crear una secuencia de tres minutos que no es interrumpida en ningún momento por el montaje. Aquí solo observamos al protagonista respondiendo al teléfono, sin mucho que nos distraiga más allá del gato moviéndose de fondo y los fuegos artificiales estallando ocasionalmente. Lo que nos interesa es la voz de Madoka, que llora desconsoladamente, enfatizando la gravedad del asunto pero también la privacidad de este breve momento entre los dos. Ella confiesa que el beso de Hikaru dañó su confianza, ya que siempre se había sentido muy segura de que sus sentimientos eran correspondidos. Por tanto, tras decirle que la quiere y acudir inmediatamente a su casa, el protagonista tiene claro que su deber es dejar las cosas claras entre los tres si pretende iniciar una vida con Madoka.
La conclusión del segundo episodio y la totalidad del tercero probablemente sean lo más duro a lo que se va a enfrentar el espectador. Aquí Kyousuke, por primera vez, realiza un esfuerzo enorme por transmitir firmeza y honestidad a sus acciones en lugar de dejarse arrastrar por su característica indecisión. En consecuencia, su primera decisión fue comunicarle a Hikaru que sus sentimientos le pertenecen a Madoka y que, aunque lo siente por ella, no pueden volverse a verse. Sin embargo, Hikaru no está dispuesta a perderle. Le ama y ha invertido mucho de sí misma en esta relación para no insistir como suele hacer. Ella misma dice en cierto momento: “¡Hasta que tú vuelvas conmigo, no pienso rendirme!”. Así, somos testigos de cómo persiste en su empeño al llamarlo por teléfono o encontrándose directamente con él. Llega al punto en que trata de convencerlo de lo mucho que le quiere al decirle que ha conseguido el papel en la obra de teatro porque lo hizo por él. Empero, Hikaru está ante un muro infranqueable y verla fracasar una y otra vez resulta doloroso. Kyousuke ha prometido ser firme en su decisión, por lo que trata de no darle ni la más mínima esperanza de retomar el pasado. Si quiere ser feliz al lado de Madoka no tiene otro remedio que pasar por esta prueba.
Algunos espectadores han valorado esta actitud fría y dura como insensibilidad hacia el dolor de Hikaru, pero no podría estar en mayor desacuerdo con tal opinión. Él es consciente de que su decisión de romper con Hikaru le ha infringido muchísimo daño, pero no puede retractarse de sus palabras. Madoka no aceptará continuar con esta relación a tres bandas por más tiempo y Hikaru tampoco está dispuesta a renunciar a él. No es cuestión de que Kyousuke sea cruel al ignorarla y romper todo vínculo afectivo con ella, ya que es la única forma que conoce para que deje de insistir, a pesar de su torpeza. Hikaru está contribuyendo a esta reacción severa: no deja de persistir con sus llamadas y encuentros repentinos, aunque le han hecho saber por activa y por pasiva que sus acciones son inútiles. No obstante, y por si alguien aún tiene algo que objetar sobre si a Kyousuke le importa Hikaru, este tiene un instante de vacilación en el konbini cuando empieza a llover. Ahí él se da cuenta, tras su discusión con Hikaru, que muy probablemente siga delante del edificio y, por tanto, a la intemperie. Se le ocurre comprar un paraguas e ir de inmediato, pero finalmente desiste y le dedica unas últimas palabras mientras derrama una lágrima: “Adiós, Hikaru”.
En conclusión, Kimagure Orange Road: Ano Hi ni Kaeritai es una sorpresa parecida a la que en su día ofreció Mamoru Oshii con el segundo largometraje de Urusei Yatsura (1981-86). La película dirigida por Tomomi Mochizuki, sin embargo, trajo una conclusión a la interminable travesía de este grupo de amigos que finalmente tuvieron que separar sus destinos. Hikaru no cesó en su empeño por profundizar en su relación, pero la ruptura temporal con Madoka y su posterior sinceramiento obligaron a Kyousuke a no titubear en su decisión de seguir su vida al lado de la chica que quiere. El giro dramático implicó dejar de lado la parte sobrenatural, la importancia de los personajes secundarios y la comicidad propia de la serie de televisión. De remate, Mochizuki adoptó un estilo de dirección que consiste en la elaboración de secuencias ininterrumpidas donde el espectador contempla a los personajes desde la distancia, la música extradiegética se reserva para momentos señalados y los personajes se toman su tiempo para expresar lo que sienten de forma sutil. Si buscas otros títulos similares tal vez deberías echar un vistazo a Maison Ikkoku (1986-88) o la filmografía de Makoto Shinkai.
Calificación: 9
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