Reseña: Riding Bean



Las maravillas de un buen coche 

Sinopsis

Bean Bandit es el mejor transportista de la ciudad de Chicago. Su negocio, Roadbuster, acoge cualquier tipo de cliente. Siempre y cuando sean capaces de pagar la tarifa de 40.000 dólares que cuestan sus servicios. Un día, llega un hombre que le encarga llevar a la hija del alcalde hasta su mansión porque les persiguen una banda de secuestradores. Sin embargo, el solicitante resulta que era uno de los secuestradores y les tendió una trampa para culparlos del crimen y así obtener una jugosa recompensa de 2 millones. ¿Podrán Bean y su compañera salir de este lío?

Trama y Desarrollo

En ciertos momentos de mi vida me siento con ganas de volver sobre mis pasos. La razón es que voy acumulando conocimiento, experiencia y, sobre todo, una visión más amplia que me permite ver el arte de una forma menos reduccionista y esquemática. Cuando hago eso suelo modificar aquellas reseñas que hice en el pasado, pero en otras tengo que rehacer todo porque mi opinión ya no se corresponde con la actual. Una de ellas es la adaptación del manga de Kenichi Sonoda, autor de Gunsmith Cats (1990-1997) y diseñador de personajes para las franquicias Gall Force y Bubblegum Crisis. Gunsmith Cats, sin embargo, no fue su primera obra. El mérito le pertenece a Riding Bean (1988-89), manga inconcluso que como han comprobado sus lectores difiere de la versión animada. Veamos si hizo un mejor trabajo.

Riding Bean (1989) es un mediometraje de 45 minutos, producido por AIC, que muchos fans etiquetan con la expresión rule of cool. Es decir, se trata de un título que prima el espectáculo visual y el carisma de sus caracteres por encima de la coherencia de los acontecimientos que se narran. Entretenimiento en su máxima expresión. Si bien no son pocos los que discrepan con esta etiqueta, el mediometraje encaja perfectamente en esta definición. Un hecho que no era ajeno desde mediados de los 80, especialmente en el mercado doméstico por sus filmes y miniseries repletas de violencia, sexo y disparates. Una de las inspiraciones del anime adulto de esta época era el cine estadounidense, con títulos influyentes como Alien (1979), que dio lugar a la imitación Lily C.A.T. (1987); y Robocop (1987), engendrando al extraño Cybernetics Guardian (1989). En particular, el género de acción en su vertiente policial representada por películas como Lethal Weapon (1987) está más relacionado con el presente mediometraje.

Si bien los japoneses son propensos a escenarios propiamente locales o fantásticos, durante estos años también existen localizaciones norteamericanas en títulos como California Crisis: Gun Salvo (1986) y obviamente Riding Bean, ubicada en un peligroso Chicago de finales de siglo. En este lugar abarrotado de policías, delincuentes y otros grillados, se nos cuenta la historia de una asociación de transportistas ilegales que es injustamente culpada de la trampa urdida por el dúo criminal formado por Semmerling y Carrie. El argumento, que se desarrolla con Bean e Irene eludiendo la persecución policial y dándole su merecido al culpable, tiene poco seso ya que la prioridad pasa por centrarse en la acción automovilística y la chispa de los personajes involucrados.


Con una más que notable animación, Riding Bean representa buenas persecuciones policíacas y carreras entre bandos contrarios en plena ciudad de Chicago. Aquí cobran relevancia los vehículos, en particular el automóvil de Bean que mola lo suyo. No tanto por el bonito diseño sino por el blindaje y los trucos como el poder girar las ruedas para moverse rápidamente hacia ambos lados -en una situación donde no puede moverse hacia delante ni hacia atrás- o ese sistema de freno total. No está al nivel del coche fantástico conducido por Michael Knight, pero entiendo que Bean esté orgulloso de él y le toque las narices que lo desprecien. Además, este vehículo es el responsable de protagonizar los instantes más memorables de la cinta.

La dirección de Yasuo Hasegawa, quien demostró previamente su capacidad en varios títulos menores (Wanna-Be’s, 1986; y Cosmos Pink Shock, 1986), extrae con destreza el potencial de las secuencias de acción. Una de sus cualidades es la yuxtaposición visual, mostrando una secuencia de apertura enérgica a partir de un montaje alterno en el que se suceden las acciones criminales de la pareja lésbica y las habilidades de conducción de Bean. Por supuesto, esta no es la única secuencia memorable, ya que una de las mejores es la carrera entre el camión de la pareja delincuente y el Roadbuster de Bean. Aquí el atractivo radica más bien en los recursos de los que se valen ambos contrincantes, con las primeras intentando zafarse usando todo lo que tienen a su alcance, desde embestirlo hasta lanzarle granadas de mano. El giro inesperado llega cuando deciden abandonar el camión en plena conducción y se sacan otro automóvil de dentro del camión para así ganar la partida. Desde una perspectiva musical, la banda sonora del chicaguense David Garfield aporta una onda más juvenil y gamberra que se distingue del city pop nipón.

Un buen título de carreras y persecuciones también cuenta con una plantilla de personajes que destaca por su carisma individual o interacciones divertidas. Aquí las limitaciones de tiempo juegan en contra de Riding Bean a pesar de que tiene un grupo dotado de gracia y dinámicas divertidas. Su protagonista, Bean Bandit, probablemente sea el más carismático del grupo, ya que no se limita a replicar el modelo del tipo duro sino que va más allá al exagerar muchos de sus rasgos típicos. Un ejemplo modesto es su almuerzo, que engulle en grandes cantidades al tomar todo el café directamente del vaso de la cafetera y devorar a mordiscos un embutido. Sus principales relaciones son Irene Vincent, una versión rubia de Rally de Gunsmith Cats a la que tristemente no sacan mucho partido en su rol de colega de Bean; y Percy, un policía de mecha corta cuya obsesión por capturar al transportista lo vuelve bastante memorable. Suerte más dispar encuentra la pareja de antagonistas, un par lésbico cuya relación abusiva y tóxica llamará la atención del público pero sin la chispa de los miembros anteriores del elenco.

Como remate, y para mi disgusto, a Riding Bean no le importa demasiado romper con la suspensión de la incredulidad. Uno puede ignorar la clásica desmesura nipona, que se manifiesta en un exceso de violencia y erotismo como el atraco inicial, donde las antagonistas le vuelan la cabeza a alguien y desnudan a una mujer. El inconveniente radica en que parece importarle un pepino no explicarnos la naturaleza sobrehumana de Bean, quien es capaz de resistir una bala a quemarropa en su puñetera cara. ¿Está hecho de hierro colado? El abusivo plot armor destruye la tensión al grado de que uno puede pensar que Bean nunca estuvo en peligro. Sin duda, falta un trasfondo o una historia de origen capaz de explicarlo.

En conclusión, Riding Bean es una cinta de lo más divertida por su acción a raudales y el humor que generan sus locos personajes. A diferencia de otras cintas en formato OVA, logra simpatizar con el espectador sin que para ello tengamos que pensar que la diversión viene de lo estúpidamente mala que es. Esta pequeña joya, sin embargo, se habría beneficiado de ser una serie de 12 a 24 episodios. Hay un potencial evidente que no acaba de explotar por culpa de su tiempo limitado, razón que también explica las incongruencias que fueron comentadas anteriormente. Por esta razón, la cinta no califica más alto, aunque espero que el nuevo proyecto de la franquicia pueda hacer realidad este sueño.

Calificación: 7

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