Reseña: Tales of the Street Corner


  • Año: 1962
  • Duración: 40 minutos
  • Estudio: Mushi Production
  • Género: Bélico, Comedia, Tragedia

Alegre cartelería musical con trágico final 

En toda ciudad siempre hay vida, incluso en los lugares más recónditos. Uno de ellos sería cierta esquina de una calle principal en la que habitan un grupo de personajes muy animados: personas, animales e incluso objetos con vida propia. Todos viven en una aparente felicidad y tranquilidad. Sin embargo, la tragedia está a la vuelta de la esquina y no tardará mucho en llevarse su dicha...

Osamu Tezuka, el Dios del manga, ha demostrado en innumerables ocasiones su talento para inventar múltiples historias tocando todo tipo de temas y llegando a todos los segmentos de edad. Tal vez, sus trabajos más apreciados se encuentran en el campo del manga, ya que él ha creado algunas de las obras más excelsas del medio. No obstante, posee una más que curiosa filmografía, especialmente películas como la reseñada. Llama la atención que también sea uno de sus primeros trabajos en el ámbito de la animación y que en el primer intento acertara con el resultado.

La primera impresión al contemplar este mediometraje es que efectivamente la estética está alejada del anime tradicional. Hasta la llegada de Astroboy (1963-1966) el estilo anime que conocemos no se había definido. Igualmente no resta ningún mérito a esta obra porque visualmente es fantástica gracias a su colorido y diversas texturas. De entre los elementos presentados lo que capta la atención son los carteles. Sus figuras atienden a formas de carácter geométrico y contornos angulosos. El movimiento se caracteriza por la repetición de un gesto o acción como aplaudir o chascar los dedos, recordándonos a Osu (1962). Pero aquí los carteles están acompañados de composiciones musicales que no requieren de voces o diálogos para expresar lo que está ocurriendo en pantalla. Además, los propios personajes crean su propia música mediante ritmos de palmas e instrumentos, acercando la cinta a un encantador musical.

Todo ello para relatarnos, durante la mayor parte del metraje, un día cualquiera de los habitantes que viven en este estrecho callejón. Están presentes desde una niña que ha perdido su peluche, pasando por un nido de ratones juguetones y una polilla granuja, hasta unos despreocupados pósteres que se alegran el día con la música de una pareja de enamorados formado por un violinista y una pianista. También interviene un árbol y una farola con su propio e intransferible papel. De cualquier forma, el primer cuarto de la obra está dedicado a presentar estos personajes y sus relaciones con los demás. Observamos a la niña intentando recuperar su peluche, al benjamín de la familia de roedores con sus trastadas y haciendo amistad con el peluche, a la polilla cometer sus fechorías habituales y a la vieja farola esforzándose por seguir iluminando la calle. A pesar de que hablamos de animales y objetos, este grupo de individuos representa claramente a una comunidad de vecinos. Un simple barrio cuya mayor preocupación es vivir en paz y armonía.

Todos contribuyen a esta atmósfera alegre y festiva con sus cómicas intervenciones, aunque el gran espectáculo se lo debemos al conjunto de carteles. Cada uno de los pósteres, en una larga sucesión, realiza su propia actuación sacando partido de su contenido. La mayoría tiene el propósito de anunciar algún producto, pero también hay otros carteles que no constituyen anuncios comerciales. De ejemplo están aquellos que difunden las maravillas de un país extranjero o los que imitan alguna pintura o película famosa. Bailan, chasquean los dedos, tocan instrumentos, dan palmas y mil cosas más. Un buen ejemplo de humor visual en el que el autor además introduce giros inesperados como enfocar el cartel desde una perspectiva que no nos permite verlo por completo, para después dar la sorpresa al ver lo que había al otro lado. En general, una función entretenida y singular aunque llega a extralimitarse respecto al tiempo empleado igual que ocurre con las cómicas aventuras del ratón y la polilla.

Toda esta tranquilidad anterior, sin embargo, no permanecerá mucho tiempo intacta. Al final del primer tercio de la cinta, aparece un invitado inesperado. Se trata de un cartel militar con la imagen de un líder autoritario muy serio que lleva un traje militar totalmente engalonado. Su entrada supone la expulsión del anterior cartel y el fin temporal del ambiente distendido. En este sentido, el autor por fin nos revela sus intenciones. El mediometraje pretende ser una fábula acerca del peligro y las consecuencias fatales que traen los regímenes autocráticos. Aquí nos encontramos con lo que parece ser una dictadura militar que Tezuka representa por medio de actos y valores como la censura de la libertad de expresión, al prohibir la fiesta vecinal; la imposición y la uniformidad, que aplica al arrancar y sustituir los carteles; la militarización de la sociedad, manifestada en la entrega de armas; o la eliminación de la disidencia, con la expulsión del primer cartel del grupo.

A partir de ahí la situación se hace más tensa, aunque las situaciones cómicas no decaen gracias a la actuación de la pícara polilla que impide que las semillas de un árbol caigan donde deben, así como también fastidia a la anciana farola. Del lado más romántico y emocional, ahora es el momento en que se desarrolla el romance entre el violinista y la pianista que, pese a la distancia y los obstáculos intentan mejorar el ambiente con su música rebelándose contra el poder. Por desgracia, la alegría no dura mucho porque la guerra se aproxima y las peores acciones del régimen arruinan la convivencia del barrio. Pero peor que la convivencia está el hecho de que en medio del bombardeo de la ciudad este se lleva por delante la vida del pequeño ratón, quien intentaba ayudar a su amigo el peluche; y de los amantes, que si bien logran reunirse y bailar como habían soñado finalmente el fuego consume el papel de estos Romeo y Julieta.

Una vez termina el bombardeo podemos observar que ya nada queda del barrio, con los habitantes muertos o enrolados en la guerra y todos los edificios derruidos. Pura ruina y desolación. La guerra destruye sin compasión alguna todo lo que construimos y queremos. Con todo la esperanza no se ha desvanecido por completo, ya que la niña por fin recupera el peluche del que tanto tiempo estuvo separada y las semillas lograron abrirse camino para crecer en un pequeño hueco. Más allá de este mensaje antibélico, Tezuka nos cuenta que es posible reconstruir la ciudad con paciencia y esfuerzo si bien hay que procurar alejarnos de las autocracias y sus excesos. Personalmente el mediometraje tuvo un impacto en mí, conmoviéndome por la injusticia que sufrieron los personajes así que no me queda otra que recomendarlo.

Conclusión

Tales of the Street Corner es una obra que se alza no solo frente a la mayoría de sus obras animadas, si no también sobresale dentro de la industria de animación japonesa en lo tocante a cortometrajes. A pesar de haber podido ser más breve y pertenecer a una época donde los recursos para la animación escaseaban, el mensaje que transmite es demoledor. Si te interesa la filmografía del maestro Tezuka debería ser una de las primeras obras que veas.

Calificación: 8

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