Desde finales de los años 50, Toei obtuvo el monopolio del negocio del cine de animación. Una de las causas era el elevado coste de los largometrajes animados, pero también jugaba a su favor tener a su disposición los medios de producción y distribución de una major como Toei. La intención del presidente Hiroshi Okawa era convertirse en el ‘Disney oriental’, por lo que una de sus influencias clave fue el estilo de Walt Disney: películas dirigidas a un público infantil que adaptaban cuentos de hadas y relatos folclóricos donde los protagonistas son acompañados de una serie de animales muy monos y donde la música ocupa un lugar crucial. A pesar del fracaso parcial en la estrategia de Toei de exportar sus películas al extranjero, desde la irrupción de Panda y la serpiente mágica (1958) la compañía producía como mínimo un largometraje al año. Hasta 1965, se decantaron por la literatura y el folclore asiático. Posteriormente, la adaptación de mangas del popular Shōtarō Ishinomori y la inclinación por la literatura occidental fueron la opción primordial del estudio.
Entre los mejores títulos de Toei se encuentran El pequeño príncipe y el dragón de ocho cabezas (1963), cinta que instauró la figura del director de animación y supuso una ruptura en su planteamiento artístico; y Horus: El príncipe del Sol (1968), obra dirigida por Isao Takahata que desafortunadamente fue un fiasco comercial pese a sus novedades. Tampoco debemos olvidar a El gato con botas (1969), película que vendió tantas entradas en Japón que Toei adoptó por agradecimiento al personaje gatuno a su logo corporativo. Por desgracia, la reina indiscutible en el campo sufrió un bajón considerable desde 1972. A pesar de que Toei carecía de fuertes competidores en el mercado cinematográfico, la televisión había ganado la batalla que estuvo librando con el cine en los 60. La pequeña pantalla se impuso frente a la gran pantalla. Este hecho no supuso la desaparición de adaptaciones literarias, pero la producción no volvió a ser la misma y, sobre todo, la calidad de los largometrajes a partir de la muerte de Hiroshi Okawa era inferior a cualquiera de las obras citadas en este párrafo. De hecho, con la incorporación de nuevos rivales como Sanrio, Tokyo Movie Shinsha y Madhouse entre finales de los 70 e inicios de los 80, el monopolio de Toei finalmente se desmoronó.
No obstante, estamos adelantándonos en el tiempo. A finales de la década de 1950, entró en la industria uno de los personajes más importantes de su historia temprana: Osamu Tezuka. Tras estrenarse El Joven Sasuke Sarutobi (1959), Toei pidió al gran artista adaptar su manga La leyenda de Son Goku. No tardaría mucho en aceptar porque el dibujante estaba interesado en la animación. Como supervisor del proyecto, aprendió todo sobre el funcionamiento del estudio y la adaptación apareció en cines con el nombre de Alakazam, el grande (1960). El problema es que Tezuka no estuvo conforme con los resultados, en especial por las libertades que se tomó el estudio, por lo que decidió abrir su propia empresa de animación en 1961: Mushi Production.
El artista empezó a reunir jóvenes talentos y juntos produjeron su primera obra: Tales of the Street Corner (1962). Sin embargo, todos se dieron cuenta de que necesitaban algo más atractivo para vencer al gigante de Toei. La respuesta fue la adaptación de Astroboy (1963), uno de sus mangas más famosos. El proyecto fue presentado a la cadena Fuji Television y aceptado inmediatamente. Entre las razones de su aceptación estaba su bajo presupuesto, de apenas 500.000 yenes. Con el propósito de reducir tiempos y costes de producción, Tezuka concibió una 'nueva técnica': la animación limitada. Se trata de un recurso que acorta el movimiento de personajes y objetos, reduciendo el número de fotogramas intermedios usados a 8 fotogramas por segundo (animación en “treses”). Además, el método incluía la reutilización de ciclos animados y el uso frecuente de recursos cinematográficos como los movimientos de cámara (zoom, travelling, ...). Esta forma de proceder recuerda a la aplicada por el estudio norteamericano Hanna-Barbera, aunque con grandes diferencias a la hora de conjugar el lenguaje animado.
El éxito de Astroboy (1963) fue inmediato: nada más y nada menos que un 40% de cuota de pantalla durante la emisión de la serie. Con el dinero derivado del merchadising y la obtención de los derechos de emisión por parte de la NBC, lograron costear los gastos y aumentar el número de trabajadores. Siguiendo la estrategia del formato televisivo de series, adaptaron muchos de los mangas que formaban parte de la biblioteca interminable de Tezuka: The Amazing 3 (1965), Kimba, the White Lion (la primer serie animada en color, 1966), The Princess Knight (1966), etc. Este triunfo llamó la atención de otros competidores como Toei y Tatsunoko Production, que vieron en la televisión la existencia de un mercado emergente y pocos meses después de la emisión de Astroboy se unieron al reparto del pastel.
En este contexto, Mushi y estos estudios se dieron cuenta del valor del manga como fuente de ideas e historias exitosas. Grandes revistas de manga como la Shūkan Shōnen Sunday y la Shūkan Shōnen Magazine, surgidas simultáneamente en 1959, adquieren, por tanto, mucha importancia. El formato semanal con el que redactaban los mangas también cuadraba perfectamente con el televisivo. De esta forma, ambos medios desarrollaron una relación simbiótica donde las obras populares eran adaptadas a animación y estas, a su vez, servían de medio publicitario para el manga al aumentar sus ventas. Entre los mangas adaptados uno de los más destacados fue Tetsujin 28-go (1963) del autor Mitsuteru Yokoyama, que tuvo gran aceptación y se convirtió en el precursor del género mecha en el anime.
Astroboy y Tetsujin 28-go influirían rápidamente en el medio, ya que un número relevante de anime apostaron por planteamientos de ciencia ficción donde el protagonista era algún tipo de androide, detective o joven con poderes especiales luchando por el bien. Desde Eightman (1963) hasta Cyborg 009 (1968). Una tendencia a la que se unieron otras como las comedias familiares, que satirizaban la sociedad japonesa desde el hogar o la escuela. Algunas de ellas como Osomatsu-kun (1966), fueron reprendidas desde las asociaciones de padres y madres. Otras, en cambio, gozaron de mayor aceptación como Obake no Q-tarou (1965), adaptación de un manga realizado por el dúo Fujio Fujiko; y Sazae-san (1969), que disfruta de una vida interminable (8000 eps y sumando) gracias a su crítica humorística de la sociedad de posguerra.
En el ámbito televisivo, Toei también jugó bien sus cartas al no prestar tanta atención al público masculino y dar prioridad a los deseos de las pequeñas de la casa. Por esa razón, adaptan otro manga de Mitsuteru Yokoyama: Sally, la bruja (1966). La longeva obra inspirada en la serie norteamericana Bewitched fue el primer magical girl y uno de los primeros shōjo, es decir, orientado a un público femenino. Su éxito le otorgó una larga vida de 109 episodios, siendo continuada por otros magical girl realizados por Toei como Himitsu no Akko-chan (1969). Finalmente, Toei termina la década con otro acierto: Gegege no Kitarō (1968), de Shigeru Mizuki. El anime nos sumergía en el mundo sobrenatural de los yōkai, es decir, criaturas fantásticas del folclore japonés. La serie en cuestión, que mezcla humor y terror, es importante porque esta recibirá multitud de adaptaciones a lo largo del tiempo, estrenándose la última en 2018.
-Primera mitad del siglo XX-Años 70
-Años 80
-Años 90
Bibliografía
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