Historia de la animación japonesa (1901-1960)

A diferencia de lo que se afirmaba en una antigua teoría biológica, sostenida por Aristóteles y otros sabios, la animación japonesa no surgió por generación espontánea. Este medio tuvo sus propios pioneros y precursores que ayudaron a dar forma al anime. Pero antes de nada, los estudiosos de nuestra época, y otras anteriores, decidieron buscar las primeras muestras de animación. Descubierta en 2004, la primera muestra japonesa de la historia puede fecharse en el año 1907, aunque sabemos muy poco de ella. Este pequeño suspiro animado (tan solo dura 3 segundos) nos permite observar a un hombre vestido de marinero que escribe los ideogramas "katsudô shashin" en una pizarra, para luego volverse y saludar quitándose el gorro.


La historia del cine de animación japonés, es decir, su irrupción en el área comercial, inició como tal en 1917. A los cines japoneses llegaron los cortometrajes realizados por tres pioneros: Oten Shimokawa, con Imokawa Muzuko Genkanban no Maki (La historia del conserje Muzuko), Junnichi Kôuchi, con Nakamura Gatana (La espada mellada) y Seitarō Kitayama con Urashima Tarō. Los dos primeros crearon algunos cortos más, pero el fracaso económico y el desgaste físico del proceso de animación les obligó a retirarse y, en su lugar, se dedicarse a las caricaturas políticas en revistas satíricas. El tercer pionero, por el contrario, tuvo mayor fortuna en la animación gracias a la popularidad de sus obras y la inversión pública. En poco tiempo, hasta logra fundar su propio estudio en el que formó a múltiples aprendices como Sanae Yamamoto. Los filmes adaptan cuentos populares con la meta de contentar al público infantil, destacando el emblemático Momotaro. Por desgracia, la frágil industria de la animación nipona recibe un duro golpe por culpa del Gran Terremoto de Kanto de 1923, que destruye las infraestructuras y el material fílmico de Tokio.

Otra cuestión a comentar es que el proceso de elaboración de la animación fue especialmente duro. El material principal de los cortometrajes fue el celuloide hasta 1950, pero en Japón no se fabricaba y por tanto importar resultaba muy caro. Por esa razón, el papel y la cartulina (animación con recortes) tuvieron un rol primordial en la animación anterior al fin de la IIGM. A este inconveniente había que sumar el problema tecnológico, ya que durante los años 20 la animación japonesa solo alcanzaba las 16 imágenes por segundo y los trabajadores no podían trabajar con luz diurna más allá de las cinco de la tarde. Para competir con la animación estadounidense tuvieron, por tanto, que suprimir costes como fuera con la consecuente bajada de calidad en el producto final. Las condiciones del gremio tampoco eran las idóneas, con el jefe de estudios Kitayama acaparando la mayor parte de las ganancias y gobernando con mano de hierro. Así, tras superar el desastre natural, sus empleados abandonan el barco uno a uno reuniéndose bajo el ala de Yamamoto en 1925.


La iniciativa de Sanae Yamamoto vino acompañada de una nueva generación de artistas que sustituyeron a los anteriores en la producción de películas animadas: Yasuji Murata y Noburō Ofuji. En primer lugar, y a pesar de la "rebeldía" de Yamamoto, continúo la línea de su maestro de realizar películas institucionales como Nibon-ichi no Momotarō (Momotarō rey de Japón, 1928). Aquí el filme se destaca por su capacidad para multiplicar los travellings horizontales y verticales, así como presentar decorados precisos en una escala de grises. El segundo en colaboración con el guionista Chuzō Aochi dirige numerosas historias humorísticas que rivalizan con las de los teatros de rakugo. Una de sus mejores obras es Kobu-tori (El bocio robado, 1929), que sobresale por su dibujo preciso, próximo a los cuadros y grabados tradicionales. El último nombre es del Noburō Ofuji, quien rompió con los códigos artísticos y técnicos al ser de los primeros en experimentar con el color al tintar el filme de O-Sekisho (La barrera). La mayoría de estas producciones, sin embargo, siguen siendo cuentos populares e historias infantiles. Los personajes son héroes, arquetipos nipones (el samurái) o seres fantásticos del folclore japonés, aunque la influencia norteamericana se evidencia por el protagonismo de animales antropomórficos y parlantes.

El nuevo decenio, la década de 1930, trajo consigo avances tecnológicos básicos en la configuración del cine japonés. Uno de ellos, por supuesto, es el surgimiento del cine sonoro. Los interludios musicales y los diálogos pregrabados se imponen como el nuevo estándar en las salas cinematográficas. En esta senda Noburō Ofuji se convierte en uno de los pesos pesados de la industria sonora, produciendo abundantes animaciones durante la primera mitad de los años 30. No obstante, la empresa Shochiku no quiere quedarse atrás por lo que contrató a un par de animadores posteriormente legendarios: Kenzō Masaoka y su alumno Mitsuyo Seo. Ambos dirigen Chikara to Onna no Yo no Naka (En el mundo del poder y las mujeres, 1933), un vodevil que abre el camino a la animación sonora y crea con ello el gremio de los seiyū (actores de doblaje). Además, este cortometraje también es el primero hecho íntegramente con celuloides, por lo que Masaoka abandona el papel recortado y pronto gana el apodo del "Disney japonés". Un apodo que, por cierto, obtiene gracias a las bromas burlescas, los animales antropomórficos y las caídas acrobáticas inspiradas en las Silly Symphonies de Walt Disney. 

Kenzō Masaoka

Desgraciadamente, las innovaciones implicaban grandes recursos monetarios. La solución al problema pasaba por apoyarse en patrocinadores y por ese motivo empezaron a producir vídeos promocionales para empresas y cortos educativos. Si tenían un valor pedagógico relevante, el propio Ministerio de Educación le prestaba su apoyo. En este tiempo, el gobierno japonés estuvo muy involucrado en la producción de la animación japonesa porque desde inicios de la década de 1930 el imperialismo japonés entró en una nueva etapa con la invasión de Manchuria. Como consecuencia, surgieron múltiples cortometrajes propagandísticos que intentaban apelar al sentimiento patriótico. Unos fueron más sutiles en su mensaje como Benkei tai Ushiwaka (Benkei contra Ushiwaka, 1939) y otros más directos como Omocha-bako (La caja de juguetes, 1936). En este último caso vemos cómo diversos personajes de cuentos populares pelean contra unas pérfidas criaturas con la forma del ratón Mickey Mouse.

El ataque hacia la cultura occidental tenía sus motivaciones en la defensa y exaltación de los valores japoneses, entre otras razones. Sin embargo, el blanco de sus críticas pronto fue China. La relación entre Japón y China era muy mala en aquel momento, pero tras el incidente del Puente de Marco Polo en 1937 aumentaron mucho las tensiones entre naciones. De ahí que el gobierno japonés usara la maquinaria animada para "concienciar" a la población de su lucha. Un conflicto que se extendió contra los Estados Unidos por el embargo a Japón y el ataque a la base estadounidense de Pearl Harbour (1941). Entonces, la Armada Imperial Japonesa ordenó al animador Mitsuyo Seo la creación del primer mediometraje animado: Momotarō no Umiwashi (Momotarō, el águila del mar, 1942). Este mediometraje propagandístico tuvo un gran éxito entre el público infantil, aunque su calidad técnica no fue impecable por la escasez del celuloide y el corto plazo de entrega. A este mismo autor le encargaron, más tarde, la creación del primer largometraje nipón: Momotarō: Umi no Shinpei (Momotarō: Los guerreros divinos del mar, 1945). Esta superproducción de 74 minutos retrata una lucha entre las fuerzas británicas y las japonesas lideradas por Momotarō. Sin duda, este personaje del folclore japonés fue el icono nacional durante la IIGM.

La araña y el tulipán (1943)

No hay duda de que en esta etapa la animación creció mucho y alcanzó cotas muy altas de producción, sobre todo con la llegada de la Ley Cinematográfica de 1939. Por el lado negativo, está claro que este medio de expresión se encontraba manipulado por el poder del Estado, pero no se pueden negar los logros conseguidos en aspectos técnicos. Aprovechando este crecimiento, varias compañías cinematográficas se ganaron un lugar preponderante. Una de ellas fue la Shochiku, la mayor distribuidora de animación durante el tiempo que duró la guerra en Japón. Precisamente esta empresa produjo varios productos de calidad durante los años 40 como Kumo to Chuurippu (La araña y el tulipán, 1943) del conocido Kenzō Masaoka. Se trata de un corto musical donde se muestran los esfuerzos de una mariquita por escapar de la araña que la persigue. Su aporte está en representar la lluvia de una forma detallada y precisa, un efecto complicado de conseguir para estas fechas; y la capacidad para explotar las posibilidades de la cámara multiplano, librándose de las restricciones habituales.

Tras la derrota de Ejército Imperial en 1945 y la rendición incondicional de Japón, la animación pasó por un momento precario. El nacionalismo japonés, motor de la propagada bélica, sufrió un duro golpe en favor de un nuevo actor que ejerció un breve control en el medio: Estados Unidos. En vez de ser un demonio ahora se presentaba como el salvador que traía la posibilidad de reconstruir y modernizar el país. Un ejemplo de ello fue Mahō no Pen (La pluma mágica, 1946): un niño repara una muñeca rota que de pronto cobra vida y le ofrece una estilográfica mágica que hace realidad todo lo que dibuja, devolviendo al mundo destruido por la guerra su anterior esplendor. La intervención implicó restringir o censurar aquellos temas relacionados con la identidad japonesa, tomando como base cuentos tradicionales occidentales y las convenciones de la animación del 'país de las libertades'. Un ejemplo es Gulliver Funtoki (Los viajes de Gulliver, 1950). Con todo, las restricciones fueron desapareciendo a partir del Tratado de San Francisco (1951). Así, vuelven personajes folclóricos como el kappa, el yōkai acuático, en Kappa Kawatarou (1954).

Panda y la Serpiente Mágica (1958)

En este punto de la historia, hallamos el precedente de un actor fundamental. En 1948, se fundó Nihon Dōga Eiga, un estudio de animación que no acabó de funcionar. La empresa siguió operando de forma independiente hasta 1956. Entonces su presidente decidió venderla por las dificultades económicas que estaban pasando, de manera que su propiedad pasó a formar parte de Toei Kabushiki-gaisha, incluyendo a todo el personal que ya trabajaba ahí. Su nuevo nombre fue Toei Dōga, aunque hoy la conocemos con el nombre de Toei Animation. Esta compañía se especializaría en años posteriores en la producción de películas animadas para cines. Por idea de Hiroshi Okawa, que quería transformar a Toei en la Disney oriental, impulsaron el primer largometraje animado a color: Panda y la serpiente mágica (1958). Tras 8 meses pudieron estrenarla, pero necesitaron todos los recursos humanos y tecnología que había disponibles en el país. Estaríamos hablando de una plantilla de más de 13.000 trabajadores. El resultado de tanto esfuerzo tuvo sus frutos y resultó un gran éxito entre los jóvenes japoneses como el posterior cineasta Hayao Miyazaki. En cuanto al argumento del filme, esta adapta una vieja leyenda china que a muchos les recordará a Romeo y Julieta.


Bibliografía

1. Monografías

-Heredia Pitarch, David (2018). Anime! Anime! 100 años de animación japonesa. Madrid: Diábolo Ediciones.
-Horno López, Antonio (2017). El lenguaje del anime. Madrid: Diábolo Ediciones.
-Pinon, Matthieu; Bunel, Philippe (2023). Un siglo de animación japonesa. Sevilla: Héroes de Papel.

2. Páginas web

-Filmaffinity. Disponible en: https://www.filmaffinity.com/es/main.html
-Letterboxd. Disponible en: https://letterboxd.com/
-MyAnimeList. Disponible en: https://myanimelist.net/

3. Otros

-García Mariño, I. (2019): Papel y representación de la mujer en el anime de los años 90. Trabajo de Fin de Grado inédito, Universidad de la Coruña, Ferrol

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