Reseña: Kimagure Orange Road


Sinopsis

Kyousuke Kasuga es un estudiante de secundaria que, junto a su familia, se ha tenido que mudarse a otra ciudad y cambiarse de colegio. Sin embargo, no es la primera vez que ocurre porque él y sus hermanas no son normales: por herencia de su fallecida madre, estos tres hermanos tienen poderes sobrenaturales (telequinesis, teletransportación, precognición, etc.). Dicha circunstancia resulta muy problemática en su vida escolar, teniendo que ir con cuidado para que el mundo no los descubra y delate. Este curso escolar, no obstante, trae una novedad: los amores de juventud. El problema es que Kyousuke se encuentra en una encrucijada. Madoka Ayukawa, una joven reservada y madura, ocupa su corazón desde la primera vez que intercambiaron palabras. Por desgracia, Hikaru Hiyama una joven abierta y extrovertida se ha enamorado de él con locura. Ante la indecisión de Kyousuke y la falta de honestidad de Madoka, los tres se ven envueltos en un triángulo amoroso que dará pie a muchas experiencias nuevas en sus vidas.

Trama y Desarrollo

En ocasiones, resulta difícil rastrear el surgimiento de determinado género. El manganime no lo pone fácil: la lista de títulos es interminable y las circunstancias de cada época implican una evolución que aleja a los primeros de los últimos. Uno de estos géneros populares son las comedias románticas de demografía shōnen, que comenzaron probablemente su andanza con Urusei Yatsura (1981-86) y se adueñaron de una parte significativa de la parrilla televisiva en la década de 1980. Si bien la serie que adaptaba el manga de Rumiko Takahashi fue versátil, la mayor parte de las romcom de primera mitad de los años 80 incidían demasiado en lo cómico e irreverente. Sin embargo, pronto aparecieron títulos que daban mayor importancia a la expresión sentimental en términos dramáticos y románticos como Maison Ikkoku (1986-88) y la adaptación de la ópera prima de Izumi Matsumoto realizada por Pierrot: Kimagure Orange Road (1987-88).

Kimagure Orange Road, a primera vista, limitándonos a la carátula y la lectura de su sinopsis, da la impresión de ser la misma romcom que gira alrededor de una serie de malentendidos y enredos de índole romántica que se mantienen indefinidamente hasta que la popularidad de la obra decae y llega el bendito final. Esta afirmación es parcialmente verdadera, pero hay que matizarla. Como punto de partida, y aunque no sigue una fórmula rígida al estructurar los episodios, la adaptación juega con la ambigua relación del triángulo amoroso donde el protagonista es la pieza básica. Por lo general, el conflicto surge a partir de una situación en la cual este intenta pasar más tiempo con Madoka, pero su entorno de amigos y familiares se entromete por accidente; o se encuentra inseguro sobre algún aspecto desconocido de la muchacha, causando que meta la pata más de lo usual y la “pareja” pase por un bache temporal. Tampoco hay que excluir las habituales desavenencias entre ambos, que se condimentan ―al igual que las anteriores― por acción de coincidencias desafortunadas, inmadurez juvenil y una constante intromisión de Hikaru. La reconciliación, por tanto, se hace esperar mientras Kyousuke no culmina su esfuerzo o evita cometer otra cagada que le ayude a arreglar la situación.


Esta fórmula obviamente desemboca en que el conflicto principal, el triángulo amoroso, se mantenga en suspenso porque de él depende la continuación de la serie. El protagonista navegará de manera indefinida entre dos islas, sin decidirse a abandonar a la que no ama. Sin duda, el anime juega con la tensión romántica que deriva del triángulo amoroso, pero ningún escenario culminará finalmente con una confesión honesta que ponga fin a esta situación “indeseable”. La misma ausencia de desenlace aplica con las subtramas de la revelación de los poderes sobrenaturales de la familia y la conquista infructuosa del dúo Seiji y Kazuya. Estamos, por tanto, ante un caso innegable de conservación del status quo, en el que no se dibuja una línea de progreso definida entre el primer y el último episodio más allá de que ciertos flashback y comentarios de los personajes nos recuerden que el tiempo no se ha detenido del todo. Aunque tiene sus ventajas, aquellos que busquen una conclusión sólida a la relación del trío Kyousuke-Madoka-Hikaru tendrán que visionar el largometraje secuela: Kimagure Orange Road: Ano Hi ni Kaeritai (1988).

Aquí, por cierto, habréis notado un rasgo característico del título: el triángulo amoroso está inclinado hacia un lado. Es decir, la ganadora no anunciada de esta “competición” es Madoka. A día de hoy, romcom como 5-toubun no Hanayome (2019-22) y Bokutachi wa Benkyou ga Dekinai (2019) introducen un elemento de intriga respecto a quien se quedará con el corazón del protagonista, pero la serie analizada no pretende engañar a nadie por lo que sería injusto reclamarle en esta dirección. Lo curioso, sin embargo, es que en determinados capítulos como el episodio 24 o en ciertos momentos de reflexión los personajes se vuelven conscientes de que se encuentran en una difícil situación de la cual su amistad no saldrá indemne. Por esa razón, Kyousuke y Madoka mantienen este teatro en el que Hikaru vive felizmente ignorante, intuyendo muy pocas veces que su amor no es correspondido (caps. 15 y 33). El uno porque se deja enredar por la energía y el afecto de la pequeña y la otra porque no es capaz de herir a alguien que ve como su hermana menor y mejor amiga.


Sin embargo, la adaptación detenta una cualidad muy poco común en el género: la introspección. La serie está mediatizada por el punto de vista del protagonista, que se expresa habitualmente mediante monólogos internos. Estos ponen de manifiesto que Madoka ocupa sus pensamientos, comunicando al espectador sus deseos, preocupaciones y sensaciones en general. Desde el malestar que le causa un pequeño desacuerdo hasta su necesidad de dar un paso adelante en su relación. Estos momentos suelen estar subrayados por la reducción del plano hasta un pequeño cuadrado o rectángulo, que es un recurso característico de la serie junto a la fotografía que pone punto y final al episodio. Mucha de la introspección, por cierto, se logra usando tomas prolongadas, centradas en la expresión facial y corporal de los personajes, que a pesar de la mesura transmiten la correspondencia mutua de sus sentimientos y aquello que les costó decir al otro durante todo el día. Aquí también agradecer que la dirección opte por la limitación del sonido extradiegético, cobrando relevancia lo ambiental y los silencios incómodos; y el uso de simbolismos y metáforas visuales ocasionales, que reflejan sutilmente emociones como la duda o el desánimo. En general, KOR refleja con acierto el estado emocional de un joven enamorado.

Ahora bien, su faceta cómica es un aspecto que desempeña un papel casi igual de relevante que la introspección. Aquí la contribución de los personajes es bastante equitativa porque todos colaboran para hacernos reír. Por supuesto, la inmadurez del protagonista al gestionar sus sentimientos fruto de su torpeza natural e inexperiencia, y queriendo salir de los compromisos en que se mete recurriendo a sus dones psíquicos, ocupa un lugar esencial en la narrativa. En materia cómica, sin embargo, son los personajes secundarios los que se dedican en cuerpo y alma a la misión. Uno de ellos es el dúo fraternal formado por Kurumi y Manami, donde la primera sobresale por exasperar al primogénito por usar imprudentemente ―o por mera comodidad― sus habilidades psíquicas en la escuela. En particular, Kurumi es la responsable del gag en que hace volar y arrastrar a su gato hasta donde se encuentra ella. Sin embargo, las situaciones más graciosas las implican con el par de pervertidos que siempre se involucran en cualquier actividad en la que estén relacionadas. Su táctica, por lo general, consiste en invitarlas a comer u otro pasatiempo para ver si logran llevárselas al huerto, pero nunca tienen éxito. Su hermano mayor intenta sabotearlos de vez en cuando, pero como vemos es innecesario. Otro participante habitual en esta tendencia de amores no correspondidos es Yusaku, el rival amoroso que le disputa a Hikaru. Este actúa normalmente como el perro guardián de la enérgica Hikaru, pero sus acciones por conquistarla son ignoradas sin piedad y le reprende en cada ocasión, sobre todo cuando está irritada o amenaza a Kyousuke (receptor de su amor). Si bien esos celos con Hikaru pueden molestar al público, su carácter de pagafantas humillado lo hacen alguien divertido. 


En general, la comedia nunca va más allá de arrancar unas cuantas risas porque la serie siempre pisa sobre seguro al seguir estrictamente las rutinas correspondientes de sus actores. De hecho, la mayor parte de los episodios cuentan con su participación, por lo que la fórmula se vuelve algo repetitiva a pesar de que hay pequeñas variaciones en sus acciones según los escenarios. En particular, los gags del gato Jingoro y las intervenciones fugaces de la pareja Ushiko y Umao pronto quedan agotados ―los últimos zafan un poco más por sus continuos cambios de vestuario―. Algunas respuestas a la dificultad fueron incidir en la animación, reforzando lo caricaturesco de sus expresiones y actuación corporal; o explorar nuevos horizontes, aprovechando las posibilidades de los poderes psíquicos o haciendo homenaje a títulos famosos (Sukeban Deka, 1976-82; Top Gun, 1986). Una alternativa también pudo ser introducir nuevos personajes recurrentes, pero la única adquisición fue el travieso Kazuya y los abuelos de la familia.

Muchos de los episodios, prácticamente autoconclusivos y resueltos con una nota alegre, recurren a los tropos habituales del género. Así nos topamos con las festividades tradicionales niponas como el Hanabi y el Undoukai (festival deportivo), pero también con actividades como ir a la piscina, pasar el día en la playa u organizar una sesión de estudio. Sin embargo, KOR es hijo de su tiempo, por lo que representa cuestiones que estaban en la mente de los jóvenes de aquel entonces, sobre todo la vida nocturna: frecuentar discotecas, salir a emborracharse, ir a conciertos, trabajar a tiempo parcial o hacer modelaje. Algunas como los enfrentamientos con matones o las guerras de bandas persisten en la actualidad, pero muchas de las citadas junto a otras como el interés por el fenómeno OVNI o el pronunciado sexismo de la sociedad nipona son representativas de las últimas décadas del siglo XX.


Un tópico que merece un capítulo aparte es la obsesión por el sexo, contemplada desde una visión masculina. Si bien sus compañeros de clase babean por cuanta muchacha conocen, compartiendo fotografías sin respetar la privacidad ajena, Kyousuke exhibe un interés más inocente preguntándose por el sabor de un beso, despertándole emociones el hecho de ver a Hikaru en bañador o poniéndose nervioso por el contacto de los pechos de Madoka. El erotismo, no obstante, es bastante reducido. Los diseños de la renombrada Akemi Takada (Gatchaman, 1972-73; Urusei Yatsura, 1981-86; y Magical Angel Creamy Mami, 1983-84) son incontestablemente hermosos y los modelitos para ambas chicas abundan, pero su descripción sensual no alcanza las notables escenas de ducha o cambio de ropa presentes en el catálogo de OVAs de 1980 y 1990.

De remate, no podemos ignorar el rol de las habilidades sobrenaturales de la familia. Si bien Kurumi emplea sus poderes temerariamente, el protagonista ―y, más adelante, Kazuya― por lo general es el responsable de la mayoría de situaciones paranormales. En ocasiones, Kyousuke simplemente los utiliza para teletransportarse o ayudar a alguien en peligro, pero a medida que avanza la serie y nos encontramos con mayores aplicaciones (sueños premonitorios, telepatía, viaje en el tiempo, cambio de mentes, etc.) se convierten en el desencadenante del conflicto principal del episodio. Un ejemplo es el capítulo 32, donde Kyousuke viaja en el tiempo accidentalmente por lo que necesita regresar o hacer volver a su otro yo a la línea de tiempo correspondiente para evitar que todos le descubran. Sin lugar a dudas, este recurso ayuda a enriquecer la narrativa, pero en ocasiones su uso resulta un tanto cuestionable en aquellos escenarios donde son afectados mentalmente por ellos. Por ejemplo, el capítulo 25 presenta a un Kyousuke que más lleno de confianza por la autosugestión es su versión playboy.

En conclusión, Kimagure Orange Road es una comedia romántica esencial de la década de 1980 junto a otros clásicos como Urusei Yatsura o Maison Ikkoku. Su principal virtud es su naturaleza introspectiva que, con ayuda de recursos narrativos y visuales específicos, permite expresar todo el vendaval de emociones y deseos que yacen en el corazón de Kyousuke. Su comedia es otro punto fundamental que sirve de entretenimiento ligero gracias a los problemas derivados del mantenimiento de la relación a tres bandas entre Kyousuke, Madoka y Hikaru y a las intervenciones frecuentes del pequeño grupo de personajes secundarios. Por desgracia, la rutina cómica de estos personajes y el status quo reinante pueden derivar en cierta monotonía debido a la extensión del anime. Muchos de sus episodios contienen elementos de interés para el espectador, ayudándolo a ahondar un poco en las relaciones o el trasfondo de los personajes, pero solo algunos capítulos llegan a explotar todo el potencial de la serie ―en especial, los últimos―.

Calificación: 7

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