Reseña: Robot Carnival



Robot Carnival (1987) es un proyecto que comenzó cuando el productor Kazufumi Nomura de APPP entró en contacto con el director Hiroyuki Kitakubo. En un principio, el plan básico consistía en reunir una serie de animadores para crear clips musicales, pero finalmente la idea creció hasta convertirse en una antología formada por nueve segmentos, cada uno de ellos en manos de un director —a excepción del opening y el ending, dirigidos por Katsuhiro Otomo—. Muchos animadores importantes debutaron en la dirección de Robot Carnival: Takashi Nakamura, Koji Morimoto, Yasuomi Umetsu, Manabu Oohashi y Hiroyuki Kitazume. Todos tenían libertad a la hora de plasmar su visión creativa, debiendo respetar únicamente el tema de la antología: los robots. 

A pesar de que el presente título de esta entrada afirme ser una reseña de Robot Carnival (1987), mi intención no es ocuparme del conjunto de sus nueve cortometrajes. Si queréis una visión completa os recomiendo echar un vistazo a la entrada del extinto Komorebi. La razón es que simplemente estoy interesado en dos piezas: Franken Gears y Nightmare. Con ello no pretendo decir que los segmentos restantes sean prescindibles. Todo lo contrario, ninguno es una pérdida de tiempo gracias al inmenso trabajo detrás de cada uno. Algunos pueden ser más simples como Deprive y Star Light Angel, mientras que otros como Cloud y Presence traen una reflexión más allá del espectáculo. Sin nada más que añadir podemos iniciar con la valoración correspondiente.

Franken Gears

Este primer espacio corresponde al cortometraje realizado por el más que particular animador y director Koji Morimoto. Antes de dar el paso a la dirección, el cofundador de Studio 4ºC ejerció de animador ―y, en ocasiones, diseñador mecánico― en series de TV y largometrajes desde la primera mitad de la década de 1980. Algunas de sus contribuciones se encuentran en títulos como Ashita no Joe 2 (1981), Macross: Do you remember love? (1984) o Bobby's Girl (1985). En particular, es autor de la secuencia final de este último filme, destacando por encima del trabajo de sus compañeros gracias a su habilidad excepcional. Una de sus mayores inspiraciones, por cierto, fue el director del próximo cortometraje.

Para esta ocasión, el director se inspiró en la historia de Frankenstein para reproducir el instante en el que se produce el nacimiento de un autómata. En poco más de nueve minutos asistimos al aparatoso y costoso alumbramiento de la creación de su padre: un científico loco. Puede que sea anciano, pero entusiasmo no le falta porque pone todos sus esfuerzos en lograr este cometido. ¿El motivo? Dominar el mundo gracias a su invención. Un hecho evidenciado en la segunda secuencia, con las manos del viejo rodeando el globo terrestre y, poco después, cuando el inventor juega con él antes de acceder a la planta inferior. Más adelante, lo volverá a utilizar para celebrar su éxito científico.

Por encima de su motivación, lo que verdaderamente importa es la descripción del proceso a partir del cual la máquina cobra vida y logra levantarse. Previamente, sin embargo, Morimoto nos introduce en el lugar de los hechos: un ruinoso laboratorio donde se mezclan bloques de piedra y piezas metálicas de máquinas y otros fracasos robóticos. El ambiente es el adecuado, ya que el lugar está muy oscuro. La oscuridad se interrumpe constantemente por la acción de los relámpagos, con una luz intermitente que nos permite contemplar las maravillas de sus instalaciones a medida que va descendiendo hasta la parte inferior. Una vez ahí, el autor nos muestra el robot desde arriba mediante un travelling. El diseño del autómata es semejante a los robots de tiempos pasados, con esa apariencia mecánica, vetusta y pesada. De acuerdo con el mural del inicio, el modelo posiblemente sea el robot de la antigua civilización de El Castillo en el Cielo (1986). 



El plato fuerte parece dar comienzo en el momento en que el científico acciona los diferentes mecanismos del laboratorio. El resultado da lugar a un pequeño espectáculo, con el director jugando con animación de efectos eléctricos a partir de la energía contenida en las máquinas y aquella más potente directamente liberada en el robot. La emoción del hombre es palpable, manifestándolo principalmente a través del expresivo movimiento de sus manos: se retuercen y se abren como respuesta al proceso. Por desgracia, la ciencia no es capaz de ir más allá, por lo que la energía termina por disminuir lentamente hasta que las máquinas se apagan y todos los engranajes dejan de girar. El protagonista intenta remediar la situación —acompañando la tentativa de una actuación bochornosa con efectos de sonido cómicos que rompe por instantes la atmósfera—, pero el proyecto parece estar destinado al fracaso.

Afortunadamente, el plato fuerte está a punto de llegar. Las fuerzas sobrenaturales ocupan el lugar de la ciencia para hacer posible el alumbramiento de la vida artificial. El fenómeno se manifiesta inicialmente en la forma de un cambio de color a blanco y negro, con el autómata reaccionando a la imagen en piedra y volviendo inmediatamente la paleta de colores original. La secuencia posterior del despertar mecánico es magistral, constituyendo uno de los hitos de la antología. La clave está en la progresión escalonada del evento, que resulta providencial a ojos del espectador. Paradójicamente, el nacimiento trae consigo el desmoronamiento gradual del laboratorio y los artefactos contenidos en él. Morimoto satura cada plano a partir de todos los pequeños elementos que resultan de la explosión de máquinas y recipientes. Sin embargo, en lugar de caer al suelo, levitan hacia arriba. Entretanto, el robot hace un gigantesco esfuerzo por levantarse. Aquí la obsesión minuciosa del director hace que este levante poco a poco las diferentes partes de su cuerpo hasta que finalmente es capaz de sostenerse con firmeza en el suelo. La reacción del creador es aún más exultante que en la anterior ocasión, haciendo uso de un lenguaje corporal muy expresivo.

Como remate, y para desgracia del único ser de carne y hueso presente, el destino del anciano es el mismo que tuvieron otros científicos locos: ser asesinado a manos de su creación. Aquí la máquina, que imita a su inventor, malinterpreta su caída accidental, por lo que en un giro de tuerca muy negro este cae aplastándolo. En consecuencia, su fracaso en dominar el mundo es representado metafóricamente a través de un globo terráqueo partido a la mitad frente a la pintura del robot en la pared. Aunque desconozco quien es el guionista, ya que los créditos no ofrecen un nombre, el humor negro de esta conclusión inesperada encaja con el que gasta el maestro Katsuhiro Otomo.

Calificación: 8

Nightmare

El segundo corto pertenece a Takashi Nakamura, uno de los animadores más influyentes de la década de 1980. Nakamura, maestro de Koji Morimoto, fue reconocido por superar los límites de la animación televisiva al aumentar los fotogramas por segundo con la meta de buscar el mayor realismo y detalle posibles. Una de sus fortalezas fue la animación de escombros, ya que usaba framerates distintos para los diferentes elementos y otorgaba un movimiento libre a través de la pantalla. Sus mayores logros se encuentran en películas como Nausicaä del Valle del Viento (1984) y Akira (1988), aunque también se desempeñó en calidad de director de animación en diversos títulos televisivos como Golden Warrior: The Gold Lightan (1981-82). 

Takashi Nakamura, que ocupa la posición de director, guionista y diseñador de personajes, aprovechó la libertad creativa otorgada por el estudio para realizar una interpretación urbana y robótica del último segmento de Fantasía (1940): Una noche en el Monte Pelado. Si alguno recuerda la versión de Disney, el demonio Chernabog despierta a medianoche y convoca a los espíritus malignos y las almas en pena desde sus tumbas del pueblo. Estos bailan y vuelan por el aire hasta que el sonido de una campana advierte de la llegada del amanecer, obligándolos a volver a sus respectivos lugares.


Por su parte, Nakamura también presenta una visión oscura y maligna, pero convierte la misa negra de Modest Mussorgsky en una invasión robótica donde los robots desfilan a lo largo de la ciudad mientras se divierten causando destrozos. Así, nos trasladamos a una bulliciosa urbe en la que el fin de la luz diurna involucra su transformación profunda. Una vez el péndulo del reloj llega al momento indicado, la urbe pasa a ser gobernada por un gigantesco robot cuyos poderes diabólicos hacen emerger, de la superficie, cables y tuberías que, desde la distancia, simulan ser árboles espinosos parecidos a los fabricados por Maléfica en La bella durmiente (1959). Sin embargo, las fechorías no terminan ahí porque el diablo le cede parcialmente el rol de creador a un representante del caos que, con sus rayos vitales, dirigidos a los objetos urbanos, da lugar a un ejército de robots en el que la nota principal es la diversidad: pequeños robots humanoides, monstruos zancudos, engendros de colmillos afilados, peces horribles de aletas espinosas, entre otros que también fabricarán a partir de la fusión de los existentes. 

Esta actividad mágico-industrial, sin embargo, no sería tan horripilante y extraordinaria sino fuera por sus virtudes visuales y sonoras. La habilidad de Nakamura para el diseño mecánico ha sido destacado, pero cada monstruo de pesadilla tiene además un movimiento único según los medios a partir de lo que se mueven (zancadas, pasos, etcétera) y los diferentes framerates que aplica. Una vez reunidos, las agrupaciones mecánicas marchan por la urbe siendo presentados de una forma tétrica a partir de luces intermitentes, sombras alargadas, humos industriales y otros recursos visuales. Por el lado musical, la composición de Joe Hisashi se caracteriza por ser tenebrosa y eléctrica, con unos sintetizadores de sonido intenso y estridente que se alejan de la pieza musical de Mussorgsky.

Sin embargo, ¿Qué sentido tiene esta invasión de máquinas si no hay nadie para horrorizarse? Pues, aunque al principio parecía que el lugar estaba desierto resulta que un borracho tuvo la mala suerte de estar en el lugar menos indicado. Aunque pretendía marcharse sin molestar al mensajero del mal a este no le pasa inadvertido, por lo que comienza una persecución que acabará trastocando el júbilo mecánico. A partir de este momento, la cinta transita más hacia a la comedia de horror por las reacciones caricaturescas del borracho y la progresiva furia del cazador que pierde los estribos. Sin embargo, la persecución constituye un divertimento por cómo el hombre al intentar zafarse de su acosador acaba por interrumpir el aquelarre y dando al traste con toda la nueva arquitectura urbana.

Finalmente, la huida llega a su fin cuando el alba, con su luz cegadora, amenaza con poner fin al reinado de las máquinas. Es bien sabido que cualquier pesadilla termina cuando llega el día y despertamos. De hecho, pensadlo: ¿Cómo es posible que, de repente, surgiera esta masa mecánica? Sin lugar a dudas, lo presenciado tiene que ser fruto de la borrachera de nuestro protagonista. No obstante, cuando el hombre despierta se da cuenta que la urbe está arrasada y él está colgando de una viga a varias decenas de metros del suelo. ¿Ocurrió entonces lo que presenciamos durante estos diez minutos? Parece que sí, pero quien sabe.

Calificación: 8
 

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